Tuesday, March 18, 2014

La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides (Anagrama)



La primera novela de Eugenides (con tal apellido, para qué usar el nombre), Las vírgenes suicidas, de 1993, tuvo tantas resonancias que Sofia Coppola la hizo película; la segunda, Middlesex, de 2002, ganó el premio Pulitzer. La publicación de La trama nupcial en 2011 (recién publicada con traducción ibérica) tenía enorme expectativa; nacido en 1960 (Detroit), Eugenides es postulado como uno de los grandes de la literatura estadounidense y, ergo, mundial. La novela, con más de quinientas páginas, comienza en 1982 en un campus universitario (Brown, donde estudió el autor en esos mismos años) y repone la posibilidad de una trama de amor clásico, trágico, victoriano, contra el imperio de la posmodernidad, ese gran manto de sofisticado cinismo que cuenta entre sus cadáveres al romanticismo.
Con la New Wave como background, la protagonista, Madeleine, está licenciándose en Literatura cuando se ve presa la pasión. Ella ama los sentimientos francos que encuentra en Jane Austen y George Eliot, y la inundación de la semiótica posestructuralista francesa en Estados Unidos, con Derrida al frente, la asfixia hasta que puede volver a “sentirse a salvo en una novela del siglo XIX” donde “habría gente, a la que le pasarían cosas en algún lugar parecido al mundo”. En el sarcasmo que Eugenides vehiculiza a través suyo contra la moda de entonces se halla lo mejor de la novela; Madeleine “súbitamente entiende”, por ejemplo, que “la semiótica era la forma que había adoptado en [su profesor de seminario] la crisis de la mediana edad”, que “en lugar de comprarse un coche deportivo, se había comprado deconstrucción”. La trama nupcial está regada de chistes graciosos, y escrita con una solvencia admirable.

Sin embargo, el mundillo sentimental de un campus universitario estadounidense puede resultar colegial para un lector de estas pampas; y las posiciones que ocupan los tres personajes principales en la trama se basan más en lo que el narrador dice de ellos que en lo que hacen o dicen (especialmente el varón bipolar e irresistible, Leonard, cuyos “estados de ánimo sombríos habían constituido siempre parte de su atractivo”). Y, sobre todo, amen de un final casi se diría regalado, la reivindicación de la posibilidad del amor que hace Eugenides presenta una figura femenina pasiva, sujeta a lo que hacen y deshacen los hombres y los padres; su mayor fortaleza es llegar a que no se le note el llanto y termina siendo mucho más débil que un personaje femenino del siglo XIX. 

[RS septiembre 2013]

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