Tuesday, March 18, 2014

Herejes, de Leonardo Padura (Tusquets)

Rembrandt en Cuba


Con la exitosísima El hombre que amaba a los perros, novela sobre las vidas de Leon Trotsky y su asesino Ramón Mercader, el cubano Padura había demostrado que hace narraciones comprometidos con el mundo, que su prosa lúcida se pone al servicio captar con respeto lo que ya estaba ahí, en el corazón de la tierra de los hombres, aunque lejos de nuestra sensibilidad -él, con su pluma, nos pone esos cuerpos, sus diálogos y sus historias tan cerca que con ellos reímos, lloramos, amamos, y odiamos. En este caso, Herejes, es una nueva historia de su personaje Mario Conde, detective amigo del ron y las buenas causas; pero no solo es eso: es una novela dada por el encuentro de historias distantes, entre el siglo XVII de Ámsterdam, la Cuba prerrevolucionaria y la de los últimos años, y el Miami cubanizado. El elemento en común, el protagonista esquivo de esta novela mapa, es un cuadro. Un lienzo de uno de los maestros de los tiempos todos: Rembrandt Van Rijn.
La historia empieza en La Habana en 1939: antes del estallido de la guerra, la comunidad judía de la ciudad se reúne con enorme expectativa en el puerto ante la llegada del SS Saint Luis, que carga más de novecientos hebreos fugados de Alemania. El niño Daniel Kaminsky espera junto a su tío a que bajen sus padres y su hermana. Traen un tesoro, el secreto de los Kaminsky durante trescientos años: un retrato original de Rembrandt. Pero tras esperar varios días frente al puerto, el barco es obligado a retirarse y termina volviendo al horror nazi. Diecinueve años después, sin embargo, Daniel descubre que el cuadro está en Cuba.
En paralelo se cuenta la historia del hijo de Daniel, nacido estadounidense y a la sazón pintor, que ya en nuestro siglo viaja a Cuba para conocer la verdad sobre su padre –que migró a Miami antes de la Revolución- y la del cuadro, que, misteriosamente, acaba de aparecer en una subasta en Londres.
Pero solo tras doscientas páginas Padura cuenta el inicio de la trama: la conmovedora historia de un adolescente judío en Ámsterdam en 1643, que necesita, como el agua, dedicarse a pintar, y goza la vecindad del Maestro Rembrandt pero sufre el peso de la Ley judaica que prohíbe la adoración –y ni hablar creación- de figuras pictóricas.
Distancias de siglos y continentes encuentran problemas y anhelos comunes: la medida en que el poder organizado de los hombres es aliado de su libertad o bien lo contrario; la fidelidad al deseo o la supervivencia sumisa; el desarraigo y la adaptación; y sobre todo, la amistad: entre discípulo y maestro, entre sobrevivientes del derrumbe del sueño socialista, entre migrantes eternos, el lazo sagrado de la amistad.


[RS octubre 2013]

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