Tuesday, March 18, 2014

La Argentina estrábica, de Gustavo Varela (Ed Godot)

Pensamiento nacional


Los ensayos breves de Gustavo Varela –autor también de un luminoso libro sobre Nietzsche y la música y de Mal de tango, genealogía moral de la música ciudadana- forman una pieza unificada por su atención y por su prosa: Argentina es el espacio donde mira Varela, a diferencia de otros filósofos –tal su oficio- que siguen la agenda del Senna o los Alpes, y su estilo también da la espalda al corporativismo académico.
Ambas cosas se deben –vale interpretar- a su emplazamiento mundano, que a la hora de escribir es, claro, en un escritorio, pero al que llega por tener su cuerpo arrojado en el mundo, que mima y golpea, y luego las palabras procesan ese caldo. 
Textos sobre el rol del rocanrol, especialmente el de Pappo, durante la dictadura, sobre Maradona y las disputas morales en torno suyo, sobre la renacionalización de YPF, sobre la tragedia de once, sobre Piazzolla, Discépolo, el peronismo, el voto a los 16 y las concepciones de la juventud y de la estupidez, textos sobre Mariano Moreno y J.B. Alberdi: impresiones de la vida común. 
Escritas con mucho de fútbol y mucho de boxeo (se describe también a Nicolino Locche como el peleador más cruel, en vez de elegante, porque dejaba solos a sus rivales), es decir, con mucha gambeta que elude al sentido común agazapado ahí donde va a afirmarse cada frase, y con estrategia de plantar un golpe directo para instalar la andanada y luego bailar un poco alrededor, golpes cortos sobre el objeto al que nunca deja de quererse aún cuando se prepara el nocaut. Juego de huida y combate franco con lo obvio: así este libro pequeño ofrece un tornasol de revelaciones.

Herejes, de Leonardo Padura (Tusquets)

Rembrandt en Cuba


Con la exitosísima El hombre que amaba a los perros, novela sobre las vidas de Leon Trotsky y su asesino Ramón Mercader, el cubano Padura había demostrado que hace narraciones comprometidos con el mundo, que su prosa lúcida se pone al servicio captar con respeto lo que ya estaba ahí, en el corazón de la tierra de los hombres, aunque lejos de nuestra sensibilidad -él, con su pluma, nos pone esos cuerpos, sus diálogos y sus historias tan cerca que con ellos reímos, lloramos, amamos, y odiamos. En este caso, Herejes, es una nueva historia de su personaje Mario Conde, detective amigo del ron y las buenas causas; pero no solo es eso: es una novela dada por el encuentro de historias distantes, entre el siglo XVII de Ámsterdam, la Cuba prerrevolucionaria y la de los últimos años, y el Miami cubanizado. El elemento en común, el protagonista esquivo de esta novela mapa, es un cuadro. Un lienzo de uno de los maestros de los tiempos todos: Rembrandt Van Rijn.
La historia empieza en La Habana en 1939: antes del estallido de la guerra, la comunidad judía de la ciudad se reúne con enorme expectativa en el puerto ante la llegada del SS Saint Luis, que carga más de novecientos hebreos fugados de Alemania. El niño Daniel Kaminsky espera junto a su tío a que bajen sus padres y su hermana. Traen un tesoro, el secreto de los Kaminsky durante trescientos años: un retrato original de Rembrandt. Pero tras esperar varios días frente al puerto, el barco es obligado a retirarse y termina volviendo al horror nazi. Diecinueve años después, sin embargo, Daniel descubre que el cuadro está en Cuba.
En paralelo se cuenta la historia del hijo de Daniel, nacido estadounidense y a la sazón pintor, que ya en nuestro siglo viaja a Cuba para conocer la verdad sobre su padre –que migró a Miami antes de la Revolución- y la del cuadro, que, misteriosamente, acaba de aparecer en una subasta en Londres.
Pero solo tras doscientas páginas Padura cuenta el inicio de la trama: la conmovedora historia de un adolescente judío en Ámsterdam en 1643, que necesita, como el agua, dedicarse a pintar, y goza la vecindad del Maestro Rembrandt pero sufre el peso de la Ley judaica que prohíbe la adoración –y ni hablar creación- de figuras pictóricas.
Distancias de siglos y continentes encuentran problemas y anhelos comunes: la medida en que el poder organizado de los hombres es aliado de su libertad o bien lo contrario; la fidelidad al deseo o la supervivencia sumisa; el desarraigo y la adaptación; y sobre todo, la amistad: entre discípulo y maestro, entre sobrevivientes del derrumbe del sueño socialista, entre migrantes eternos, el lazo sagrado de la amistad.


[RS octubre 2013]

La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides (Anagrama)



La primera novela de Eugenides (con tal apellido, para qué usar el nombre), Las vírgenes suicidas, de 1993, tuvo tantas resonancias que Sofia Coppola la hizo película; la segunda, Middlesex, de 2002, ganó el premio Pulitzer. La publicación de La trama nupcial en 2011 (recién publicada con traducción ibérica) tenía enorme expectativa; nacido en 1960 (Detroit), Eugenides es postulado como uno de los grandes de la literatura estadounidense y, ergo, mundial. La novela, con más de quinientas páginas, comienza en 1982 en un campus universitario (Brown, donde estudió el autor en esos mismos años) y repone la posibilidad de una trama de amor clásico, trágico, victoriano, contra el imperio de la posmodernidad, ese gran manto de sofisticado cinismo que cuenta entre sus cadáveres al romanticismo.
Con la New Wave como background, la protagonista, Madeleine, está licenciándose en Literatura cuando se ve presa la pasión. Ella ama los sentimientos francos que encuentra en Jane Austen y George Eliot, y la inundación de la semiótica posestructuralista francesa en Estados Unidos, con Derrida al frente, la asfixia hasta que puede volver a “sentirse a salvo en una novela del siglo XIX” donde “habría gente, a la que le pasarían cosas en algún lugar parecido al mundo”. En el sarcasmo que Eugenides vehiculiza a través suyo contra la moda de entonces se halla lo mejor de la novela; Madeleine “súbitamente entiende”, por ejemplo, que “la semiótica era la forma que había adoptado en [su profesor de seminario] la crisis de la mediana edad”, que “en lugar de comprarse un coche deportivo, se había comprado deconstrucción”. La trama nupcial está regada de chistes graciosos, y escrita con una solvencia admirable.

Sin embargo, el mundillo sentimental de un campus universitario estadounidense puede resultar colegial para un lector de estas pampas; y las posiciones que ocupan los tres personajes principales en la trama se basan más en lo que el narrador dice de ellos que en lo que hacen o dicen (especialmente el varón bipolar e irresistible, Leonard, cuyos “estados de ánimo sombríos habían constituido siempre parte de su atractivo”). Y, sobre todo, amen de un final casi se diría regalado, la reivindicación de la posibilidad del amor que hace Eugenides presenta una figura femenina pasiva, sujeta a lo que hacen y deshacen los hombres y los padres; su mayor fortaleza es llegar a que no se le note el llanto y termina siendo mucho más débil que un personaje femenino del siglo XIX. 

[RS septiembre 2013]

Clarín. Una historia - Martín Sivak (Planeta)



Las investigaciones históricas son preocupaciones actuales que revelan claves no solo del pasado, sino del presente. Y este libro –primero de dos tomos- cumple con nuestro tiempo: por la crispación coyuntural del gran diario argentino, pero más por la aceptación general del rol político de los medios, y, aún más, porque buena parte de la vida contemporánea transcurre en la realidad fundada mediáticamente.
Desde la biografía de su fundador, Roberto Noble, hasta el abierto enfrentamiento con el actual gobierno nacional, la historia política de Clarín –primero diario, hoy “grupo”- es una interesantísima trama, tan compleja que resulta un carril desde donde rever la historia argentina con una perspectiva específica, y un sitio que pivotea entre los intereses creados y el influenciable pero no del todo controlable sentir popular. El gobierno de Perón y los años de su exilio, la aparición de Ernestina Herrera y las peleas sucesorias; el desarrollismo frondizista que supo dominar el diario, la expansión de la cobertura deportiva durante la Dictadura; el papel de la embajada estadounidense; el ascenso de Héctor Magnetto: grandes capas de una vasta investigación que logra un relato ameno y entretenido a la vez que pavimentado de datos. El apego a los “hechos” acaso sea, incluso, el límite de la fuerza de sentido del libro; pero, la calidad y cantidad de las fuentes, la eficacia de la prosa, dan un material inapreciable para internarse en las entrañas del monstruo con el que aún sus detractores –y el propio autor- se criaron leyendo.



Sobre Sánchez, de Osvaldo Baigorria (Mansalva)

Basta de todo

Néstor Sánchez fue un escritor argentino nacido en 1935 y muerto en 2003; su obra es de culto y experimental, también su vida: entre libros como Nosotros dos o La condición efímera, Sánchez se fue del país en los setenta, donde había ejercido, consecuente, todos los protocolos de la bohemia pre-rocker, y anduvo de viaje derivando por Sudamérica, Europa, Nueva York y California. En el gran país del norte fue clochard, homeless, croto; vivía en las calles y se las arreglaba como podía, con lo mínimo. O con lo máximo, porque en esos años era, sobre todo, seguidor a rajatabla de las enseñanzas de Georges Gurdieff, el místico armenio-ruso, y su camino hacia la trascendencia autoconsciente. Buscaba liberarse de la esclavitud de los hábitos corporales; tomaba sus notas con la mano izquierda. Aunque en esos años renunció, Sánchez, a seguir escribiendo, a hacer obra: la escritura valía si prolongaba la investigación experimental que es la vida misma. Si no, si se convertía en objetivo sagrado con peso de deber, en ansias de fama y reconocimiento, ya no.
Osvaldo Baigorria se fascinó con Sánchez. Y se encerró en una isla del Tigre a escribir sobre él –sobre ambos, sobre Sánchez pero también sobre sí mismo. Porque si el interés de Baigorria por los desertores de la sociedad –su pesado sistema de obligaciones, su trillado repertorio de premios-, ya había sido plasmado en su hermoso libro Anarquismo trashumante. Crónicas de crotos y linyeras, también él fue trotamundos con bolsito al hombro; coincidiendo con Sánchez, incluso, con pocos años de diferencia, en ambas costas estadounidenses.

Investigar sobre su biografiado lo hace rememorar y balancear su propia vida, y repasar sus peripecias. Peleas con osos en pleno bosque canadiense, temporadas de vida comunal y práctica de amor libre en EEUU, experimentaciones con psicotrópicos, la poblada soledad en el delta del Paraná; un afán de buscar la vida siempre corrido de los ventarrones de sentido oficial. Tanto es así que estructuró el libro en tres grandes capítulos, dos que reconstruyen las etapas de la vida de Sánchez, desde sus tiempos de canyengue y eximio bailador de tango, los años en que lo festejaba Cortázar, hasta su retorno sin dientes al hogar materno; y un tercer capítulo con las notas al final, que es más largo que los otros dos juntos. El libro se juega todo por la ética de la digresión. No hay que dejar rama sin seguir –ahí están los frutos. Ni sobre Sánchez ni sobre Baigorria, es un libro sobre un ejemplo de encuentro, sobre el espacio para el encuentro de fugados de todos los tiempos que está en las espaldas de la sociedad. 

Matar al padre, de Amelie Nothomb (Anagrama)

De magos sin magia
Un abuso del prestigio 



Belga franco parlante, Nothomb nació en suelo japonés en 1967 y fue criada en el extremo Oriente; su padre era diplomático. Exitosa novelista, publicó más de treinta libros, con el impresionante ritmo de una novela por año desde el 92. La recientemente distribuida por Anagrama, Matar al padre, cuenta la historia de dos magos prestidigitadores, uno adolescente y brillante adoptado por el otro ya consagrado y su hermosa mujer, que no tarda en ser sujeto de obsesión para el joven. La novela es breve, se lee rápido, tallada con el oficio de terminar un capítulo con la apertura de un problema que queda abierto para el siguiente. Pero hay que decirlo: lo único sobresaliente es la fama de su autora. Los personajes no tienen carnadura y son por completo univalentes (el honrado es siempre y totalmente honrado, el frío y calculador es solo eso y siempre eso, la hermosa inocente lo mismo…); más que personajes son entes funcionales a una trama sin vuelo ni ritmos ni rincones ni aristas, cuyo punto de inflexión, el evento inesperado que resignifica presuntamente la historia, consiste en volver sobre una escena ya relatada, pero revelando que se había ocultado lo esencial al lector, y la “sorpresa” es tan inverosímil que carece de toda capacidad de afectar. Las cosas que dicen los personajes son también inverosímiles y caprichosas, al son de no dar un paso sin estereotipo. En lo único que sorprende es en que, contra la natural expectativa de que describa trucos de magia, no hay ni siquiera uno, de tan desapegada la narración respecto del mundo que narra. 

La gran ventana de los sueños, Fogwill (Alfaguara)

En paz descansa


Es frecuente que a la muerte de un gran escritor siga una profusa publicación de textos inéditos encontrados en sus archivos, de calidad inferior a la obra publicada en vida: no es el caso de este libro póstumo de Rodolfo Enrique Fogwill (1941-2010). El autor había dejado el original impreso al grupo de arte plástico Mondongo, que avisó a la familia, y fueron encontradas las versiones digitales de lo que resultó un libro preparado para publicar, con una nota introductoria (“Claro que vivo”) y hasta dedicado a los cuatro psicoanalistas que “desordenaron” los sueños fogwillianos de 1963 a 1981.
La práctica de anotar sueños en cuadernos fue sostenida durante décadas por el autor de Los Pichiciegos, pero solo en sus últimos años empezó a convertirlos en obra. El libro tiene sueños pero también muchas reflexiones sobre esos sueños, sobre el ejercicio de soñar, y sobre el ejercicio de reponerlos también. Sueños de navegación y de cementerios, sueños de regreso al mundo infantil, sueños de verse al espejo y encontrar la imagen del propio padre con una calvicie que nunca tuvo, sueños de pipas y de erotismo amoral, sueños donde el soñador es un langostino de rutilante desempeño universitario. No son tomados como algo privado personal, sino como “la materia prima de la contemporaneidad”; “tal vez los sueños sean lo social en estado puro”. Y no son “analizados” para ver la realidad que hay detrás. No trata Fogwill a sus sueños como serviciales de una verdad que se oculta. Sobre la práctica analítica dice: “Cuando se ha abandonado cualquier propósito de conocimiento o de cura interesa más el goce del sueño que la producción de muestras para las biopsias del alma o del deseo”.
La ventana de los sueños es una ventana al mundo, claro, solo que con códigos que se nos escapan. Fogwill, novelista certero, polemista exitoso, poeta relativamente desatendido, ofrece en estas páginas una colección de relatos que son “obra del sueño u obra del dueño, siempre más original que cualquier ficción”. La honestidad, la transparencia con que están contemplados y relatados los sueños, está despojada de cálculos de utilidad, de objetivos de combate. El puro sentido de la curiosidad motoriza el recordar y contar, y la fascinación por el funcionamiento de la mente y los sentidos, liberada de la necesidad de demostrar su inteligencia, de pergeñar una historia genial, nos deja un Fogwill sereno, un final feliz de Fogwill, mucho más hedonista que peleador. Acaso sean sus páginas narrativas con mayor valor poético; acaso no hay mejor modo de contar los sueños que con una voz proveniente del descanso eterno.

[publicado en RS julio 2007]