Tuesday, September 18, 2012

Reseña de Dario Santillan. El militante que puso el cuerpo, de Hendler/Pacheco/Rey (Planeta)


Vida para el muerto

Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo.
Ariel Hendler/ Mariano Pacheco/ Juan Rey


“Alguien que honró la vida como pocos es conocido solo por su muerte”, empieza este libro estremecedor dedicado a biografiar al militante del MTD de Lanús asesinado por la espalda por la Policía Bonaerense en la estación Avellaneda, donde había entrado para ayudar a las víctimas de la cacería policial; estaba de rodillas junto a caído Maximiliano Kosteki, a quien no conocía: ¿Qué vida es la que muere así, en ese acto último de solidaridad absoluta, y objeto de la saña de los agentes armados del statu quo?
La historia argentina bien podría contarse a través del desfile de sus cadáveres públicos, y la construcción de ese relato es una disputa: qué muertos cuentan, cuaales quedan anónimos, cómo se significan las vidas que mueren públicas. Los desaparecidos transformados en puras caras de foto 4x4, los pibes de Cromañón vistos como “cerebros infraalimentados” (Spinetta dixit), Axel Blumberg como hijo proodigo del país blanco, o los muertos en la represión del 19 y 20, de los que nadie recuerda nombres, mucho menos cuáles vidas, cuáles imágenes de vida, fueron asesinadas ahí. Kosteki y Santillán son los muertos a partir de los cuales la gobernabilidad en Argentina tiene vedada la salida represiva. Pero este libro se dedica a la vida. Cae repetidamente en la gramática del ejemplo y el culto a la personalidad. Tiene sin embargo tanto caudal de testimonios e información empírica, que se impone la carnalidad de un pibe común, de barrio humilde, convencido de su fuerza y de que puede construirse un sueño colectivo desde abajo y cada día, que tenía veintiún años cuando lo mataron y que había dedicado su cuerpo y alma a la línea de creación de derechos que más lejos llegó en su impugnación del orden neoliberal.

Por AjV para Rolling Stone

Reseña de "Mejor que ficcion" y "Antologia de la cronica latinoamericana actual"


Crónica de nuestros mundos
Dos antologías simultáneas recogen selecciones de la crónica periodística en castellano y consolidan su auge continental.

Mejor que ficción, Jorge Carrión (Comp.), Anagrama
Antología de la crónica latinoamericana actual, Darío Jaramillo Agudelo (Comp.), Alfaguara

La aparición de una antología muestra el auge de un género, y en este caso salieron dos al mismo tiempo. En el plano local ya había aparecido La Argentina crónica (compilado por Maximiliano Tomas), la colección Crónicas del continente dirigida por Daniel Riera en el sello Libros del Náufrago, y la revista de crónicas Anfibia, dirigida por Cristian Alarcón. Es notable: desde que la prensa escrita tiene que gestionar su crisis ante la hegemonía de la cultura audiovisual, diarios y revistas hacen textos cada vez más breves, con más imágenes, la información se organiza en cuadros y listas que puedan aprehenderse de un vistazo; los medios gráficos se adaptan a la subjetividad del zapping y la navegación. Sin embargo, la crónica, el género periodístico que requiere mayor tiempo de lectura, se constituyó como trinchera de valor específico de la prensa escrita ante las nuevas condiciones del info-entretenimiento. Asume la afectación del autor inmerso en los escenarios que investiga; transmite las atmósferas donde las cosas tienen su sentido (son sentidas); ofrece un viaje distinto al de la temporalidad redundante de la saturación mediática; nos invita a conocer y no solo enterarnos, y a imaginar.
Entre los dos libros que ahora arman una selección de piezas salientes del género en castellano (casi “en Latinoamérica”, porque si bien la editada por Carrión es hispanoamericana, solo dos de los veintiún autores/textos son españoles), ofrecen inmersiones desde el sillón en las escolas cariocas, en el África subsahariana, en vidas de íconos del espectáculo o la cultura, en el mundo swinger o en suburbios marginales de las metrópolis latinas, entre tantas; ambos libros suman setenta y cuatro crónicas, y comparten doce autores: Juan Villoro (Mx), Leila Guerriero (Arg), Alberto Salcedo Ramos (Co), Juan Pablo Meneses (Ch), Cristian Alarcón (chileno radicado en Argentina), María Moreno (Arg), Julio Villanueva Chang (Perú), Fabrizio Mejía Madrid (Mx), Pedro Lemebel (Ch), Jaime Bedoya (Perú), Gabriela Wiener (Perú) y Martín Caparrós (Arg). La calidad general de los textos es excelente; las técnicas de escritura bien pueden reclamarse literarias; la agenda, por supuesto, es periodística. “Los cronistas latinoamericanos de hoy encontraron la manera de hacer arte sin necesidad de inventar nada”, afirma Agudelo en su prólogo con sospechosa satisfacción, y añade que “la crónica periodística es la prosa narrativa de más apasionante lectura y mejor escrita hoy en día en Latinoamérica”: cuanto menos, imprudente. Pretende cerrar una definición  del género y establecer un canon continental; Carrión, en cambio, prologa su volumen con más interés que autoridad, y lo cierra con un generoso Diccionario de cronistas hispanoamericanos de los últimos sesenta años.

Por AjV para Rolling Stone

Reseña de Gira la noche, de Lucia Mazzinghi (Paradiso)


Aliento del Riachuelo
La silenciosa tragedia de un pianista de tango ilumina la oscura zona sur de Buenos Aires, con una prosa experimental que muta según el ánimo de su historia.

Por AjV para Rolling Stone

La vida es un lento y permanente proceso de demolición, decía Fitzgerald, y la metáfora del vaso a medias lleno o vacío bien podría afinarse por esta disyuntiva posible entre ver descomposición o bien la liberación de elementos para nuevas composiciones. En ese estado incierto de la materia vive Carmelo, el protagonista de esta segunda novela de Mazzinghi (Bs.As., 1975), triste pero atento al éxtasis potencial. Carmelo es un pianista de tango que mora en una pieza, aunque la novela no dice pieza, dice cuchitril, o covacha o escondrijo, en una búsqueda del lenguaje propio de la afectividad ambiental no de Argentina, ni siquiera porteña, sino de San Telmo, Constitución, La Boca, el sur de la ciudad. En siete pegajosos días de febrero, con el carnaval de fondo, trascurre la novela de este tanguero trágico, nunca melodramático; entre conventillos superpoblados, supervivos con paredes decadentes, conventillos sórdidamente vitales, entre transas y travestis y señoras del barrio, entre chicos que juegan a la pelota contra el paredón de un desarmadero, en la vida pudriéndose y regenerándose anda Carmelo. Herido de amor, abandonado y ensartado en la nostalgia de Olga, Olga de risa burbujeante, Olga que era la alegría toda, o al menos así la ve ahora que la tiene para siempre perdida, un agujero negro de misterio desde el día en que se las tomó. Carmelo la recuerda, mira por su ventana, sale a deambular, y toca, toca; Carmelo toca porque si no, no es. Toca tangos con el cielo y el infierno, en el bar de su amigo Villalba; toca muy lejos de los circuitos de posible consagración, porque el éxito es, siempre, la reproducción del poder de los que se las saben todas. Carmelo prefiere la ignorancia a la impostura, sabe entregarse al piano desde su no saber: sentarse, estar y tocar. En la materialidad invisible de su música, arma, inventa, conmueve a las almas espectadoras que aplauden a rabiar pero nunca dejan de ser distantes. Toda la vida de Carmelo es aguantar en la descomposición para poder servirse como materia germinal de formas nuevas, cuya belleza, empero, las conecta con el fondo de la historia –de la belleza-. Es un bicho, Carmelo, pianista mugroso, y Gira la noche narra eso: el plano bichezco de la ciudad, las existencias que no replican modelo alguno, y que por lo tanto su sola presencia amerita narración. Algo felisbertiana, algo arltiana, algo irlandesa, exprime el jugo pastoso de la ciudad. Un viejito que vende quiniela es todo un cuento en un solo párrafo, para esta prosa donde el oído es la conexión primera con el mundo, una prosa experimental, lírica, musical, discontinua y de ritmos variables, pegajosa como la ciudad que describe; un poderoso vaho de aliento para la narrativa argentina actual.