Thursday, November 26, 2009

Reseña de Frutos extraños, de Gloria Guerriero (Aguilar)

Sobre la crónica
Publicado en el suplemento Cultura de Perfil, 8/11/09

La crónica acaso sea la última trinchera del periodismo gráfico en papel. Pero no importa que sea un medio para la supervivencia del género, sino un motivo: tiene algo específico y propio para darnos; la posibilidad (que por contingente no es “oportunidad”) de incursionar en segmentos mundanos creándoles nosotros mismos sus imágenes visuales. Frente al bloqueo cognoscitivo en que resulta la saturación de imágenes en la experiencia urbana y mediática, la crónica periodística habilita un modo de conocimiento que recupera para sí la imaginación, materialista-mente hablando.
Más que tomar la usanza literaria para la tarea periodística, o transcribir sucesos verídicos para saciar la voluntad narrativa, la contundencia de las 16 crónicas (publicadas en diversos medios iberoamericanos) da cuenta de que de uno otro modo la sociedad es una máquina de producir historias, y en eso sí es generosa. Segundo libro de la autora en el género que incluye el pacto de veracidad, que consagró (a) Truman Capote y que acaso tenga hoy en Argentina su mayor éxito en Martín Caparrós.
Además incluye, el volumen, textos de reflexiones sobre el oficio y hasta autobiográficos; aunque quizá menos sustanciosos que las crónicas, muestran un pensamiento sobre la propia práctica, y una notable generosidad de revelar los criterios y técnicas compositivas de los elaborados textos. Cuentan con una madura consciencia del proceder del relato, alimentada no sólo por la escritura literaria que la autora, cuenta, realizó desde joven, sino también por una especie de muy entrenado instinto de reconocimiento de las “historias”. Cada cosa, cada existencia del huerto social, es una historia, la historia de sí mismo, que es la historia, tan determinable como misteriosa, del avatar de un conjunto de puntos del mundo conformados como entorno de esa cosa en la perspectiva de su relato.
La discriminación es, también, una de las virtudes que más brillan en la obra de Guerriero: qué ingresa y qué debe quedar afuera para que la sucesión de lo contado -información al fin- monte las presencias pero también los hiatos y vacíos necesarios para la recreación viva de, por casos, la cálida mañana del 11 de mayo de 1946 en que muriera don Pedro Henríquez Ureña, o la trayectoria más de veinte años del Equipo argentino de antropología forense, o la relación de Romina Tejerina con el recuerdo de la beba mató tras parir. Organiza los relatos –huelga decirlo- un manejo de los tiempos, de las velocidades, lo súbito y lo diferido. Tres más que nada son esas velocidades. Una es la de la lupa, la de la pausa, donde contar algo es quedarse en un elemento; el poder ilustrador de la permanencia. Luego está la rienda informativa. Agradece uno que leer datos sea gustoso (cuando ha devenido fea palabra,“datos”). Dentro de una historia, de un relato cimentado en su afectividad como escena, los datos vienen a cuento de. Y así dejan de presentarse como catarata que ahoga, dejan, los datos, de ser varias cosas: hijos berretas del horizonte estadístico, inercia del periodismo con sentido impensado, bombardeo de asedio a la ignorancia general del periodista; aquí, los datos son insumos del relato, ya no evidencia -ciega a sí misma- de ausencia de relato.
En narrativa de ficción, muchas veces puede diferenciarse una voluntad de inventar y una voluntad de mostrar, dar cuenta de (una época-lugar, un proceso íntimo, una clandestinidad económica, un habla urbana, etcétera). Guerriero asume arremangadamente el deseo de mostrar; las crónicas -non fiction tamaño cuento- son el testimonio de un pedacito del mundo, de una experiencia. Que no es la experiencia del periodista aventurándose en la mugre de lo real (ni de su presunta crema), transferencia de valor que tanto confunde al nuevo periodismo. Guerriero sí, cuenta sistemáticamente los contextos de los reportajes, pero la pertinencia de todo, incluida ella misma como contexto, viene medida por cuánto su presencia aporta a la vivificación del protagonista.
Esa vivificación tiene su golpe de sangre, por decir, su dosis eléctrica que lo anima, en la tercera de las grandes velocidades que traman las crónicas del libro: la irrupción de las voces. El foco detenido en un elemento (la mecánica de las amputaciones quirúrgicas, para la historia del prestidigitador mago manco René Lavand; la etimología, trágica para la sangre querandí, del nombre del partido de La Matanza, y su justeza semántica para el éxito cárnico-mercantil de José Alberto Samid) hace suelo; lo más estrictamente cronicado produce camino; la irrupción de la voz de los entrevistados actúa.

Reseña de Cuentos Reunidos de Felisberto Hernández (Eterna Cadencia)

Siempre está llegando
Publicado en Rolling Stone, noviembre 09

Este volumen de relatos del escritor y pianista uruguayo nacido en 1902 y muerto desde 1964 recoge, por un lado, el período de su escritura que podría llamarse narrativa de la remembranza, o tal vez poética de la remembranza y narrativa de los mecanismos de la memoria, con los relatos largos Por los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido y Tierras de la memoria; e incluye también las dos hermosas páginas metodológico-estéticas de Explicación falsa de mis cuentos, y cinco cuentos protagonizados por la extrañeza, por una ingeniosidad melancólica, una sensibilidad que no renuncia a su naturaleza excéntrica ni a su pulsión lúdica. Por ejemplo La casa inundada, onírica convivencia de un silencioso escritor y una obesa viuda enamorada del agua; o El cocodrilo, sobre un pianista devenido vendedor de medias, cuya estrategia de venta es ponerse a llorar.
Con la simultánea reedición de Las hortensias (El cuenco de plata), asistimos a un nuevo regreso de este autor que suele ser considerado raro, de culto, tal vez por ser más nombrado que leído. En cualquier caso, todos estos textos, tanto los más evocativos como los más inventivos (aunque evocar es, en Felisberto, una tarea creadora), custodian la singularidad de su percepción, porque su hacer artístico empieza con la militancia en un modo muy personal de decodificar el mundo (“…pero yo no quería que me hubieran hecho observar aquello, porque después tenía que poner demasiada atención en eso, y no podía seguir sintiendo otras cosas”, rememora en Los tiempos de Clemente Colling). Es que las formas estereotipadas de la percepción son ciegas al misterio, que en la literatura de Hernández es fuente de verdad.

Reseña de Marcas de Nacimiento, de Nancy Huston (Edhasa)

Publicado en Rolling Stone, noviembre 09


Los cuatro capítulos están narrados en primera persona por sendos niños de seis años, distintos escalones o eslabones de una línea genealógica: Solomon, Randall, Sadie, y Kristina, hablan de sus vidas en California 2004, New York y Haifa 1982, Toronto 1962 y Munich 1944/45. Las historias personales muestran su receptividad de la herencia familiar y de la Historia de las sociedades; bisabuela y bisnieto comparten un lunar y el contacto con el horror de la guerra: una víctima en carne propia del nazismo, el otro fascinado por las imágenes del poder sobre la carne ajena que produce el aparato militar estadounidense y él busca en Google, para “sobarse” a escondidas de sus padres. Tanto por victimización o por perversión, la novela asume la caducidad de la idea de inocencia infantil.
Dentro de la apuesta por reponer un entramado familiar y con él un período histórico que va de Himmler a Abu Ghraib, empresa ambiciosa de por sí, Huston agrega el desafío de que las trescientas páginas sean enunciadas por niños. Se toma la licencia de que perciban y digan con una inteligencia de bastante más edad que la que tienen; es como si el niño explicitara en palabras lo que le pasa internamente (“Yo preferiría estar siempre jugando que hacer cualquier otra cosa porque puedes abstraerte por completo”). Tampoco se toma mucho trabajo para diferenciar las voces (maneras del habla) de los distintos niños-narradores. Apuesta a que la intensidad esté en la historia, el interés de los hechos en sí, de manera que la ingeniería estructural de la novela es compleja mientras que los modos de decir tienden a la llanura; cambian los enunciados sin afectar la enunciación, lo relevante no hace relieve expresivo.
Reuniendo así elaboración y accesibilidad, en Francia Marcas de nacimiento vendió cuatrocientos mil ejemplares y recibió el premio Femina, antes otorgado a Saint-Exupery y Marguerite Yourcenar. Como Faulkner en El ruido y la furia, antecede el texto con el dibujo del segmento del árbol genealógico que la novela construye, aquí, de final a principio, de 2004 a 1945. Solomon siente que es superdotado y que si Dios lo puso en el estado más rico del país más rico, “capaz de desatar el juicio final para toda la especie humana”, es porque su destino es dominar el mundo. Su bisabuela es lesbiana y fue una cantante mundialmente famosa, su abuela es judía ortodoxa, conferencista y autora de libros, y su padre mantiene la familia trabajando en una empresa que diseña robots bélicos. El gran lunar que es la marca de nacimiento común, Solomon lo tiene en la sien, y le hacen cirugía de extirpación, pero se le infecta y queda peor que antes, anunciando acaso lo necio del control total y de intentar eliminar la presencia del origen.

Friday, October 16, 2009

Reseña de los Cuentos completos de Fogwill, en Perfil Cultura

Nota: el efecto y la apreciación de los buenos libros se maceran con un tiempo que excede al periodístico. Lo cual es parte del motivo por el que esta nota me parece salió medio feucha; pero aguanto las ideas.
Fogwill aunque Fogwill

Nueve veces está escrita la palabra Fogwill entre tapa, lomo y contratapa del compendio que abona la canonización del eximio polemista (mientras se reedita Vivir afuera, novela, se agotó Los libros de la guerra, artículos; y después de los movimientos análogos con sus congéneres Mario Levrero y O. Lamborghini). Polemista, publicista, nombre marca: ¿cuánto deberá su éxito a su comportamiento público como escritor? No: no reclamar higiénica separación entre vida pública y obra. Suprimir el contexto lleva a sacralizar al texto –sin origen, se fetichiza en palabra santa- y al autor -objetivado como abstracta figura matrizante-. Además, su personaje público se trabaja como proyecto desde los propios textos de esta movilizante colección.
Diecisiete sobre veintiún cuentos fueron escritos entre 1974 y 1983. Todos admirablemente leídos en el prólogo de Elvio Gandolfo, quien, por otro lado, abre y cierra con el rankeo, el mapeo jerarquizante de las letras argentinas, en un libro donde se ostenta repetidamente ser el más dotado del clan en potencia narrativa (por ejemplo en Otra muerte del arte, única pieza hasta ahora inédita).
En la mayoría de los primeros cuentos, esa potencia narrativa (más: enunciativa) mantiene amarres en la capacidad física de contar. Parecieran estar escritos de un tirón de aire por el mismo narrador, un yo que cuenta reflexivo y autoconciente (“siempre yo diciéndome yo”). Incluso los relatos en tercera persona centran en el narrador, porque la verdadera protagonista es la capacidad de narrar. Mucho meta relato, cuenta que cuenta y cambia las reglas de súbito, un tipo de exposición del artificio que lo aleja de Borges, Cortázar, incluso Manucho. Como si dijera: te muestro que es invento, te cambio las premisas en el camino pero seguís enganchado porque querés ver cómo termina el cuento, o más bien cómo sigue el modo de contar. El ejercicio de la narrativa es en realidad el protagonista del conjunto; explicitado con prepotencia visceral en Música, conceptualizado en Sobre el arte de la novela.
Logra un estilo de contar muy directo pero exento de estereotipo: persigue una médula generativa del habla argentina. Y mecha con zonas de complejidad expresiva con en vericuetos del lenguaje (Reflexiones), a veces problematizando la conciencia con memoria, sueños, drogas (Help a él o el impresionante Restos diurnos).
Además encontrará el lector el repertorio esperable de tópicos fogwillianos: mujeres, sexo, saberes mundanos (de rico y de campo y calle), una inteligencia advertida de todo, armas, militancia setentista, arte y literatura. Transversalmente, una preocupación por la autoridad. Fogwill diagnostica una sociabilidad guerrera y actúa en consecuencia (“En guerra es bueno que cada cual se sienta mejor que los demás”).
Y está esa sociología de enorme tipólogo, suerte de psicología semio-mercantil (La chica de tul de la mesa de enfrente, brillante). Calcula: se la pasa calculando y es una manera de contar (ejemplo La cola, muestra fogwilliana de que peronistas somos todos).
Acaso resignado, literatura, podría decirse, de la derrota socialista (magistral La luz mala), hay en el libro una pelea: inercia versus resistencia a la subordinación de la vida al beneficio. Disputa entre la historia clandestina de las pasiones y su movilización reglada moderna, de notable factura en Memorias de paso, breve tratado de cultura occidental.
Una y otra vez la verdad obvia del mercado encarna en personajes como fatalidad. Pero en varios cuentos no: el hostil polemista respeta a los que no se venden. La poética de su despliegue narrativo es refugio subterráneo para hebras de corte a la naturalización capitalista, como en el hermoso (y pichicieguista) Cantos de marineros en las pampas, oda a la militancia bárbara –ese puro estar- contra la civilización del autoritarismo burocrático, a la pluralidad precaria de la intemperie contra el cobijo ordenado del fortín: eterna e invencible épica del hermoso fracaso.
¿Afecta la canonización a la riqueza del texto? Las mismas operaciones de presencia autoral (en texto y contexto) y autovalidación estilística que lo distinguen de las previas figuras consagradas de escritor (un gran escritor inventa un modo de serlo), esas mismas operaciones aperturistas respecto de lo que se puede y no con la literatura son las que devienen amenaza de clausura cuando arrean la corriente hacia la capitalización yoica. ¿Perderá misterio el consolidado, será como el ludo la literatura, con rebote en la meta? Todavía sobra fuerza y belleza en estos cuentos para que la canonización ceda como tigre de papel al vínculo del cuerpo con las palabras, a través suyo con el mundo.

Sunday, October 04, 2009

Santiago López Petit, entrevista


"HAY QUE POLITIZAR EL MALESTAR"


Por Agustín J. Valle para Perfil Cultura, sept 09
Catalán nacido en 1950, trabajaba de químico en una fábrica hasta que estudió Filosofía, se doctoró en París y hace quince años enseña en la Universidad de Barcelona y organiza revistas y colectivos políticos. Ex militante de Autonomía Obrera, en Breve tratado para atacar la realidad (Tinta Limón) parte de la derrota histórica del proletariado para pensar la vida –propone odiarla- cuando la realidad coincide absolutamente con el capitalismo.

“Este libro tiene por objeto una sola cosa: la realidad”, dice la contratapa de su primer título editado aquí. Vino a presentarlo y cuenta que “está construido retomando La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, porque también quiere explicarlo todo; es entre ambicioso e ingenuo. Los conceptos que aparecen -el Estado-Guerra y el fascismo posmoderno, la movilización global y el poder terapéutico, la fuerza del anonimato y la política nocturna-, fueron construidos en los debates de los colectivos a los que pertenezco en Barcelona, como Espai en blanc. Y tiene filosóficamente dos grandes fuentes, francesas en Foucault y sobre todo Deleuze, e italianas en el operaísmo de Mario Tronti, Negri, Raniero Panzieri, pero por debajo hay una lectura de Heidegger y de Carl Schmitt, y de Lautreamont y Artaud.”
¿Qué es para usted la filosofía?
Para mí la filosofía es casi una manera de vivir. Una determinada relación del pensamiento con la vida, que tiene que ver con el hacerse imposible vivir. Es difícil pero no es cuestión de especialistas. Viene, la filosofía, de una perplejidad ante el mundo que para mí hoy pasa por poner la interrupción en el centro. Pensar es algo que se vuelve posible cuando se interrumpe este movilismo capitalista redundante. En esta movilización por lo obvio, este presente eterno, el pensamiento crítico detiene, abre un paréntesis, lo que Husserl llamaba epojé. Cortar el sentido común que te dice que las cosas son lo que son y que la vida es la vida. Entonces lo que aparece es la vida como cárcel. La realidad es con lo que choco cuando mi querer vivir quiere cambiar lo que el mundo organiza como mi vida. Por eso la realidad es nuestro problema, y la vida, campo de batalla: es preciso odiar la propia vida para liberar el querer vivir.
¿Sobre ese “querer vivir”, o sobre “la fuerza del anonimato”, puede fundarse una política práctica cotidiana?
El pensamiento crítico tiene que ser capaz de construir una estrategia de objetivos (frente a la crisis, más salario, frente al paro, salario garantizado, etc), pero a la vez debe ser vaciador de horizontes, hundir las propias categorías políticas para irlas reconstruyendo. Debe ponerte en juego radicalmente, pero también con un costado posibilista. Ambos momentos son necesarios, pero no tengo claro que un espacio de anonimato los articule. Más bien lo veo como un gesto radical que logra abrir un espacio común, de comunidad. Por ejemplo aquí el que se vayan todos, o cuando la guerra de Irak, en Barcelona ver salir a la calle con cacerolas para golpear -un gesto traído de Argentina- gente de toda clase, que no estaba allí ni como estudiante, ni como inmigrante ni como intelectual, era un espacio anónimo. El desafío sobre eso es construir una política. Pero un espacio del anonimato tú no decides abrirlo, se abre.
¿Cree que la duración es imprescindible para la creatividad política de lo que llama espacios del anonimato?
No veo un vector tiempo construido sobre la fuerza del anonimato. Por ejemplo los espacios de anonimato que se abren en los suburbios parisinos cuando se queman coches (esa mercancía que hay que desear), no se suman ni se mantienen. Quizá haya un archipiélago que una estos espacios, un contagio, pero exigirles una búsqueda de duración y objetivos es fatal políticamente. El movimiento por la vivienda digna en España, otro ejemplo, no tenía reivindicación alguna, y movilizó dos veces veinte mil personas. La consigna era “No tendrás casa en la puta vida” y “Ni vida en tu puta casa”. Este movimiento no tenía dónde ir; abrió, politizó y terminó. Cuando se quiso convertir en un derecho a la vivienda, superponiendo un discurso jurídico, se hundió, se liquidó el gesto radical de ponerte frente al abismo. Esa institucionalidad quizá haga al movimiento más duradero, pero le saca su potencia de vaciamiento de la movilización obvia.
¿A qué llama abismo y por qué le parece necesario?
El querer vivir es ambiguo. Su mínimo es el instinto de supervivencia. Y en la movilización global capitalista funciona neutralizado políticamente. La gente está viviendo y en cierto sentido no pasa nada. Nosotros hemos pensado por ejemplo en lo que llamamos los yo-marca. El que gestiona su vida como empresario de sí mismo. El currículum, por ejemplo, es una obsesión, en Europa. El que no es marca tiene un estigma. Sin proyectos e iniciativas que mostrar en el teatro de los emprendedores, quedas estigmatizado. Ahora, aunque algunos sean producidos como vidas sobrantes, todos somos sustituibles: nuestra vida se sostiene como vida constantemente en crisis.
¿Una crisis estructural y ya no de transición tipo gramsciana?
Hoy, la vida privada ahoga; es una vida privada de vida. Produce miedo, y enfermedades del vacío -pánico, depresión- que se gestionan farmacológicamente. Allí el capitalismo terapéutico te dice que tus malestares se resuelven hacia adentro de tu vida, y te da recursos y servicios de autogestión de la vida para el mercado; la vida concebida como capital humano. Por eso creo que odiar la vida en pos de liberar el querer vivir empieza por politizar el malestar.












Reseña de Burundanga!, de Edgardo Cozarinsky (Mansalva)

ERUDICIÓN EN BUENOS AIRES QUEER
Con su nuevo libro de relatos inclasificables, el también cineasta Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires 1939) parece ser uno de esos tipos que puede tomar cualquier cosa y contarla con exquisitez, divirtiéndose, además, sin parar: las 78 páginas dan la sensación de estar escritas en el instante justo previo a la carcajada, como si hubiera logrado congelar la inminencia del estallido, ese punto del humor en que lo rígido anuncia su desmoronamiento en la hilaridad. Entre minucias de botánica urbana psicoactiva, anecdotarios de levantes homosexuales con tacheros presuntamente heteros, y amplia erudición cafetinera sobre papas asesinados, la narración se sitúa en el fino punto donde no sabés si está hablando en serio o en joda y eso hace a la desopilancia general.
Abiertamente absurdos son dos textos de la primera parte, Mis amores con Dumbo y con Bambi y La última cirugía de Elena Ceausescu. En uno, los animales, tras su cuarto de hora en Disney, apelaron a violentas cirugías estéticas para adaptarse al exigente mundo del espectáculo, y conquistan sexualmente al argento narrador. En la otra, la esposa del último dictador pro soviético en Rumania huye y se alía con el argentino Dr Maskarovich, que hace remodelamientos totales: damas suizas de la alta sociedad se transforman en arañas pollito gigantes, cosas así. El contenido es netamente humorístico, de manera que la rigurosidad y alta cultura del registro narrativo resulta satírico en tanto muestra que cualquier verdura podría contarse con altos ribetes.
AjV - Rolling Stone sept 09

Reseña de Ceviche, de Federico Levín (Negro absoluto)

Satori pre bulímico

Peruanos y voracidad nocturna en el Abasto; primera entrega de una saga en la colección de policiales que dirige Juan Sasturain.


Héctor El Sapo Vizcarra es “una burbuja rellena de carne y bañada por una pátina de sudor espeso que en otro mundo sería la delicia de algunos hedonistas sin culpa ni cura”. Tal vez no ese pero hay otro mundo, siempre: aquí mismo en éste. Pasa que el trabajo de verlo es arduo, hay que lograr cierta frecuencia en la disposición de los ojos, o de las papilas gustativas. Por la boca incorpora El Sapo al barrio del Abasto: sus calles en carne viva, su acústica social, sus olores que resumen el planeta, y, sobre todo, el universo de los peruanos: restoranes impredecibles, músicos algo incaicos, redes narcotraficantes, mujeres sabrosas, funerales que son fiesta y banquete, personajes mandados a hacer para la literatura, el ocultamiento, la aventura posible hoy acá.
“Si su departamento es una pecera, El Sapo es el pez gordo. Se desplaza por su hogar con pasos cortos y rápidos, se cansa y suda, habla en voz baja para que nadie lo escuche: le dicen El Sapo, se calla y duda”.
Levín escribe y describe con una musicalidad luminosa; en sus mejores tramos, leer resulta una experiencia de sorpresa y de ingravidez: uno flota al ritmo lúcido y poético de la prosa mientras El Sapo lidia con su gorda masa, especie de Ignatius J. Reilly (de La conjura de los necios) más ateo y de mejores intenciones. Hedonista trágico, está encerrado en su vida, desarreglo formal que duerme a cualquier hora y guarda su mayor regularidad en el escabio. Lo mueven el hambre y el aburrimiento; lo llevan de periodista gastronómico outsider a escritor del policial que él mismo protagoniza: investiga una muerte. Sucedió en un restorán, mientras él comía un ceviche celestial que quedó trunco; ahora El Sapo quiere saber, quiere comer, quiere entrarle al mundo por algún lado y meterse lo mejor que encuentre en la boca y así alcanzar su “satori pre bulímico”.
La lectura estimula jugos gástricos y metafísicos, y acaso sea no tan rica para los amantes de las tramas policiales ingenieriles (hay incluso algo de forzamiento en algunos mojones de la búsqueda) como para los de la escritura, esa desacralización del lenguaje que permite descubrir –inventar- nuevos sentidos de las cosas que se sienten. (De hecho la novela anterior de Levín, Igor, fue reseñada como experimental, macedoniana, gombrowicziana).
El músico “Intestino” Delgado, el transa dudoso “Sudor de Sombra” y el capo narco “Indio Mineral” son personajes que El Sapo encuentra. También el linyera Dionisio, verdadero Sancho pillo, informante clave. Auténtico cronista del barrio, porque aquel que nadie quiere ver es el que mejor puede verlo todo; tan excluido y negado como figura callejera que ni siquiera se le ocultan las cosas, resulta privilegiado para relatar la verdad no calculada de los demás.
AjV - Rolling Stone, Sept 09

Tuesday, September 22, 2009

Reseña de Delitos a largo plazto, de Jake Arnott



TORTURADORES ERAN LOS DE ANTES


Los trajes de marca hechos a medida y la siempre vigilada elegancia conviven, en este gángster londinense de los sesenta, con una crueldad de grado cero: no siente nada mientras lleva la batuta de una sesión de picana eléctrica –exitoso invento argentino-, ni mientras acaricia pies desnudos con un encendedor prendido para estimular un relato. El loco Harry. Harry Starks. Levanta mucha plata en chanchullos varios y es dueño del club nocturno Stardust. “Jefe de una banda de torturadores” según la policía y -hay que decirlo- la Justicia. Harry Starks, de físico imponente, sonrisas y miradas implacables; gángster judío, gángster homosexual, gángster con brotes psicóticos y miedo sólo a la locura; Harry Starks, entrepeneur eufórico y sin miramientos, cruel y desreglada voluntad de poder.

Publicada en Inglaterra en 1999 (hecha serie por la BBC en 2004), esta primera novela de una saga de tres está diseñada para entretener: ágil, visible, estructurada, con calculado vaivén emocional. Pero también busca funcionar como novela histórica y hasta de diagnóstico social. Se compone de cinco historias contadas por cinco personajes vinculados a Harry. El epicentro es el barrio londinense Soho en 1964, cuando estallaba la crisis de las formas culturales burguesas. Pero detrás de la -por así decir- profusión capilar y las palabras de amor y paz, detrás de las sustancias usadas para la expansión de la conciencia y la comunión fraterna, había redes delincuenciales de abastecimiento: mafias. Pedazos de “viejo mundo” que se refuncionalizan al servicio proveedor del nuevo. Harry Starks es de la vieja escuela. Un caballero. Un ladrón, un extorsionador, un torturador y asesino, pero con códigos, lo cual acaso permita y contribuya a que caiga bien: hay mal en las cosas pero al menos tiene un orden lógico, una predictibilidad. ¿Hijos de puta eran los de antes?
El personaje tortura sin sufrir ni excitarse, frío. Y la novela repite (palabras más o menos) que “hace lo que necesita para conseguir lo que quiere, son negocios”, es decir que la insensibilización del gángster respecto del sentir ajeno existe como recurso del ansia monedista. Sería, la figura del gángster, la encarnación del capitalista salvaje: las cosas todas miden lo que valen en el mercado monetario y las acciones se organizan en función de la maximización de la ganancia. Negocios. Cruel y reglada voluntad de tener. Pero todo eso es una experiencia (quizá más que el tener el apropiarse), una fauna y hábitat correspondientes, como insiste Harry, no a una actividad marginal, sino a una fase constitutiva de la economía, un segmento ilegal de la economía que es una sola. Epígrafe de Brecth: ¿Qué es robar un banco en comparación con fundar uno?

Por Agustín J. Valle - publicado en Rolling Stone agosto 09

Tuesday, August 04, 2009

Reseña de La virgen cabeza, de Gabriela Cabezón Cámara (Eterna Cadencia)

Paraíso de mierda
Como una flor que surge en un basural con tal exhuberancia como para que su despliegue fuerce –aún sin perder fragilidad- un reacomodamiento de lo demás en torno suyo: así está escrita la historia de esta madura primera novela y así es el proceso que vive su protagonista. Que no es, en rigor, ni la “travesti santa” villera a la que le habla la Virgen y con su prédica milagrosa comienza a organizar el barrio, rescatar a los pibes de la densa oferta de atajos a la muerte que les presenta el mundo, ni tampoco es la periodista policial que en principio se acerca a ella para escribir su historia y salvarse ganando algún concurso con esa representación mediática, no: la protagonista de esta historia es la comunidad villera, la villa misma, y la única salvación posible deriva de juntarse.
¿Qué es una villa? La autora evita contestarlo desde los clichés del temor clasista o la buena conciencia progresista. Con un registro casi delirante, pletórico pero de lectura veloz, entre el desgarro y la fiesta (en diálogo con Spinoza y Nietzsche, Aira y Cucurto), ajusta la pregunta desde una ética y en pos de una fertilidad imaginativa: ¿qué puede una villa? Su esplendor vitalista puede hacer de cualquier cosa un recurso, puede redefinir qué es la riqueza y la belleza, y hasta puede resultar, después de su impiadosa destrucción a manos de la valorización capitalista del espacio urbano, un paraíso perdido.
Publicada en Rolling Stone de Julio

Entrevista a Gabriela Cabezón Cámara en Debate

http://www.revistadebate.com.ar/2009/07/24/2114.php

Reseña de El comienzo de la primavera, de Patricio Pron (Ed Mondadori)

¿Holocausto? Yo, argentino.

Castillos medievales rodeados de nieve, sombras presionando desde “el fondo de la Historia” y cavilaciones en tren a través de la Selva Negra son el grandilocuente marco de una búsqueda de piezas del pensamiento metafísico del siglo veinte menospreciadas, búsqueda cuya motivación última es en verdad tan oscura como la relación de los individuos alemanes con su pasado, a veinte años de la caída del muro y sesenta y cuatro de la del Tercer Reich. ¿Obedecían los alemanes a la máquina social nazi desde el mismo impulso de sentido común desde el que cada uno obedece la máquina social que le toca?, parece ser una de las opciones en juego.
Ganadora del español premio Jaén de Novela (vigésimo cuarta edición), la cuarta novela del rosarino nacido en 1975 y emigrado en 1999 (primero a Germania y luego a España) impresiona en principio por la solidez de su prosa, por la condensación de tópicos mayores -como la tradicional tensión entre naturaleza y técnica en la cultura alemana- en la que podría si no ser “mera” descripción material de imágenes y situaciones. Como si el propio estilo, minuciosamente pulcro y cerebral, de frases largas sin cabos sueltos, diera cuenta de los temas que subyacen movilizando la historia de los personajes.
Un joven argentino viaja a Alemania para buscar a un filósofo ya anciano; quiere conocerlo, estudiar con él, traducirlo y difundirlo aquí. La novela tributa a Roberto Bolaño por apostar a la épica de la búsqueda de un autor misterioso, oculto y protagonista de un gran acontecimiento del intelecto y el espíritu. También acierta en que -como el chileno con la literatura y los literatos en 2666 y Los detectives salvajes, de la que toma el nombre de un personaje- sea una historia no tanto de filosofía como de filósofos. Hombres con un metié que constituye su delirio y su grandeza, la miel y el tormento de su alma, personajes románticos que emanan sentido. Y también como el chileno aunque acotado, apuesta por un esquema de relato coral, vía una lógica de mamushkas: el narrador cuenta que un personaje cuenta que otro contó que… así nos pasea por el sitio a Leningardo, por un crudo invierno danés y la Berlín oriental en los ochenta.
Pero sin embargo, y más allá de que en comparación con la hondura riqueza y la belleza trágica de las grandes novelas de Bolaño Pron es una sombra, hay que señalar que allí donde Bolaño apuesta por lo abierto, Pron apuesta por el cierre, el orden, y que allí, en lo oculto perseguido, donde Bolaño pone una fuente de singularidad vitalista, Pron pone a Hitler.
Pareciera sugerir El comienzo de la primavera que todo Occidente debe hacerse cargo de Alemania, uno de los pueblos más cultos de la tierra orquestando la más atroz masacre, el centro de la filosofía durante al menos dos siglos que desembocaron en la más acabada máquina deshumanizante. En ese marco, la deriva de Pron es triste: una filosofía que plantea la discontinuidad, esto es, la dimensión de desorden e incalculabilidad entre las sucesiones de hechos, la concepción no determinista del decurso de las cosas, termina asociada no a una libertad creativa sino a la locura individual o la aberración asesina colectiva.
Una versión algo más brevea salió en Rolling Stone de Julio.

Entrevista a Patricio Pron en Debate

http://www.revistadebate.com.ar/2009/07/03/2063.php

Sunday, June 14, 2009

Reseña de Conquista de lo inútil, de Werner Herzog (Entropía)

en Rolling:
http://slcarchivo.blogspot.com/2009/06/resena-de-conquista-de-lo-inutil-de.html

Reseña de Indignación, de Philip Roth (Mondadori)

publicada en Rolling Stone:
http://slcarchivo.blogspot.com/2009/06/resena-de-indignacion-de-philip-roth.html

Reseña de Bizarra, de Rafael Spregelburd (Ed Entropía)

Publicada en Rolling:
http://sololascosas.blogspot.com/2009/05/resena-de-bizarra-de-rafael-spregelburd.html

Entrevista a Tom Lupo en Zoom

http://www.revista-zoom.com.ar/articulo3081.html?var_recherche=lupo

Entrevista a Julio Raffo en Zoom

http://www.revista-zoom.com.ar/articulo3033.html?var_recherche=raffo

Entrevista a Rafael Spregelburd en Debate

http://www.revistadebate.com.ar//2009/03/20/1727.php

Ana María Shúa - Entrevista en Debate

http://www.revistadebate.com.ar//2009/04/08/1795.php

Alberto Fuguet sobre Andrés Caicedo - en Debate

http://www.revistadebate.com.ar//2009/04/24/1833.php

Entrevista a Griselda Gambaro en Debate

http://www.revistadebate.com.ar//2009/05/15/1907.php