Wednesday, October 29, 2008

Hermenegildo Sábat

“Esto es la vida tal como yo la quería”

DATA BASE
Casi no precisa presentación. Montevideano del 33, se instaló en Buenos Aires en el 66. Después de trabajar en Primera Plana y en La Opinión ingresó a Clarín en 1973, desde donde sus dibujos –sus colores, su trazo, sus ideas sin palabras- se hicieron parte de la vida cotidiana de millones y millones de argentinos. Además de su labor periodística, realizó numerosas muestras de pintura -disciplina que también enseña-, hizo libros gráficos que homenajean sus pasiones –Borges, Pessoa, Lautrec, Django Reinhardt, por ejemplo- y es clarinetista aficionado.

A esta altura, las manos de Sábat son obra del arte. Un callo rojo corona su dedo mayor, apoyatura del lápiz. Las yemas de sus dedos gordos aplandas, hundidas por el pincel. Aún si no firmara sus caricaturas políticas, generaciones enteras reconocerían la autoría. Porque en el diario trabaja como periodista poniendo en juego prácticas propias del artista, y esa singularidad es la que no se olvida, la que es parte carnal de la cultura local. De allí que sea uno de los nombres con más prestigio –si no el que más- del gran diario de los argentinos, Sábat, quien combina una voluptuosa constancia con un modo de fidelidad a sí mismo sí mismo que pasa por “combatir diariamente a nuestro gran enemigo, la repetición”.
Su rol en la comunicación social masiva acaba de ser reconocido con la designación como miembro de la Academia Nacional de Periodismo: “Es algo muy raro esto que ha pasado –reflexiona, modesto, con Debate-, y uno tiene que estar muy agradecido”. Sin embargo, declara: “No tengo tiempo para pensar en mí mismo. Hace mucho que decidí hacer lo que hago y quiero aprovechar el tiempo para hacerlo”, y efectivamente parece estar más enganchado con la publicación de su nuevo libro, Que no se entere Piazzolla. Contribución a la iconografía apócrifa del gran músico (que el Fondo de Cultura y la Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes coeditaron en un volumen a la altura de las ilustraciones).
Accedió a una entrevista con Debate, “lo cual es totalmente excepcional”, aclarando que no quería hablar del episodio en que la Presidenta de la Nación criticó en Plaza de Mayo una caricatura que hizo de ella con labios sellados, después del cual sufrió un asedio periodístico monotemático y muy dañino al tan preciado aprovechamiento del tiempo. Así, nos recibió en el departamento amplio y antiguo del centro porteño –decorado con más obras ajenas que propias- en que da clases de lo que mejor sabe hacer: poner el cuerpo a la expresión gráfica.
¿Qué lugar ocupa en su vida la enseñanza?
Este es un lugar creado para obtener la satisfacción de estar con gente. Muchos vienen hace años, porque acá se respeta a la gente. El respeto no es un producto de consumo que se vende en el supermercado: o se practica individualmente o no existe. Pero yo no puedo poner en la puerta un cartelito que diga “taller de respeto”.
¿O sea que el taller atenúa lo solitario de la tarea de pintar?
Pero esto es un lugar de ejercitamiento, no es un lugar donde la gente viene a sublimar ideas o percepciones. Acá se le dice a la gente cómo hay que agarrar bien un lápiz, cómo hay que trabajar la pluma, los pinceles, cómo se hace bien una acuarela, cómo se pinta bien. Después, las mejores cosas no se hacen acá. Eso me da tranquilidad. Al mismo tiempo, yo no trato que la gente haga lo que yo hago, al contrario.
¿Algunos vienen sí a parecérsele?
Algunos creen que lo que yo hago es un curso de caricatura. Y en la caricatura hasta diría que interviene cierta conformación de mis ojos: yo soy astigmático, y en el astigmatismo hay una deformación de la imagen, creo que algo de eso interviene. El Greco y Modigliani eran astigmáticos, por ejemplo.
¿Pero la caricatura tiene que ver con una mera deformación formal?
La gente cree firmemente eso, que la caricatura es simplemente una deformación de la imagen. Yo no entro en juego dialéctico, pero creo que la caricatura es una exaltación de valores. Aunque esos valores sean negativos. El problema es que lleva mucho tiempo conocerse a uno mismo y es más difícil aún conocer a los demás, uno lo que puede hacer son aproximaciones. Sobre los gobernantes con el tiempo uno puede tener mayor certeza, pero ese tampoco es el objetivo central: el trabajo tiene que ver con ilustrar sin palabras situaciones. La palabra genera confusiones. Y hay palabras que son sometidas especialmente a la confusión, como por ejemplo la palabra democracia. Palabras abusadas.
¿La caricatura periodística habilita a su vez otro registro de comprensión para el lector del diario?
Tiene la particularidad de que invita a sugerir cosas. Pero también hay que ser preciso: no siempre se acierta.
¿Guarda arrepentimientos?
Mirá, creo que el que no se considera equivocado es un tipo peligroso. Yo no estoy condicionado para ser perfecto. A la gente que viene acá le planteo que hay tres etapas: la primera es un reconocimiento de los materiales de trabajo. La segunda etapa es una meseta muy larga, interminable: qué hacer. Ahora, una vez que las cosas están hechas, cuando se toma cierta distancia viene la contra pregunta: qué estaba pensando cuando hice eso. Ahí sí aparecen motivos de disgusto.
¿Pero esos disgustos no constatan que uno creció, cambió?
No sé si creció o cambió. No. Daría sensación que, llegado cierto momento, la vida se ve como una calesita: siempre se pasa por los mismos lugares. Y llega un momento en que hasta podés predecir, habida cuenta de la repetición de los hechos, lo que puede pasar, con moderada certeza. Pero el enemigo de nuestro trabajo, ciertamente, es la repetición. Tanto en el diario como en mis libros y en los cuadros que hago.
¿La repetición como enemiga del arte?
¡Enemiga del hombre! Ahora bien, hay gente dentro del mundo del arte que de la repetición ha hecho una profesión, y hasta un gran negocio. No vamos a hacer citas. Repeticiones que suceden como consecuencia de que hay un mercado, innegablemente. ¿Pero somos concientes de que estamos haciendo lo mismo, o es que somos así, la misma cosa?
¿Usted siente un combate diario con ese peligro?
Sí, sí. Sí. Por eso mis mayores admiraciones van dirigidas a tipos que no se han repetido. Gente que habitualmente no fue muy exitosa. Quiero ser preciso con una cosa: aún cuando las cosas que yo haga fuera del diario tengan mérito, yo siempre voy a ser reconocido como dibujante del diario. No hay forma de evadirme de eso. Ese dibujo, esas líneas, se multiplican por miles, miles. Cualquier otro esfuerzo, un libro, una exposición, no pueden competir con esa evidencia.
Es un reconocimiento cuantitativamente mayor, pero no todos los reconocimientos valen lo mismo, ¿no?
De acuerdo, pero no es sólo cuantitativo, porque al ignorarse todo lo otro... se trata de eso. ¿Cuánta gente va a una exposición exitosa? ¿Quinientas? Las ediciones de mis libros son de mil, dos mil ejemplares, y hasta ahora ninguno se reeditó. Pero a mí me motiva hacer libros. Los libros generalmente son o libros póstumos o casi póstumos. Entonces yo el planteo que me hice es que quiero ver los libros que yo mismo me hago, en vez de que haya otro que diga algo sobre mí. Tengo hechos ya cerca de treinta libros. Algunos no estarán en el mercado, no interesa: los hice y me siento tranquilo.
¿Pero le gustaría que se redistribuyera su prestigio entre el caricaturista político y el pintor?
No pienso en eso. Son evidencias, yo hablo de evidencias, no de juicios. Noooo, porque aparte no, yo estoy muy contento con el trabajo que hago en el diario, no me quejo, ya te digo, he podido vivir gracias a eso. Hay que aceptar ciertas cosas.
¿Usted si quisiera podría jubilarse en el diario?
Creo que sí, pero voy a seguir trabajando. Me van a tener que echar a mí. En la medida en que pueda seguir trabajando en el diario existe la posibilidad de que siga haciendo libros y dando clases. Esto es la vida tal como yo quería que fuese. Partamos de una evidencia: esta es una sociedad muy frustrada. No lo podemos negar. Eso genera una especie de fiebre de protagonismo, se ve todos los días. Entonces la gente decide muchas veces hacer las cosas que no sabe porque piensa que con las cosas que sabe hacer no tendría protagonismo. En la medida en que yo hago lo que hago, dibujar y pintar, cada vez tengo más limitaciones.
¿Por qué?
Porque voy mirando lo que hicieron otros, y entonces me agarro la cabeza. Uno no puede ser conformista respecto de su propio trabajo, hay que seguir admirando a los grandes artistas.
¿Sus conocimientos recaen como exigencia para su propia producción?
No, porque hay que aprender a trabajar. Como todo: se aprende a trabajar. No estoy metido en soliloquios de impotencia. Antes sí, cuando estaba frente a la tela vacía me sentía muy discapacitado. Pero hay que trabajar de modo que eso no suceda, porque las cosas empiezan e inevitablemente terminan. Si lo que uno hace no es bonito o no tiene razón de ser, bueno, es un reflejo directo de lo que soy. Lo que yo no puedo arreglar es esa fiebre de protagonismo. Me lleva un poco a aislarme. Ciertamente, con la edad que tengo -tengo setenta y cinco años, no soy un nene-, a esta altura, por lo menos debería saber quién soy. Yo no tengo problema. Hace muchos años que decidí hacer esto, y las exposiciones públicas son muy duras.
¿En qué sentido?
Hacer un dibujo y que lo vean los demás, es una sensación muy crítica. No hago las cosas para lucirme, ni para que me digan “nene, que bueno que sos”. Yo no sé qué parte mía no mostré. Yo no practico el perfil bajo, hago una vida sencilla, que es diferente. No estoy en el ruido. Porque no tengo tiempo, ¿cuánto más voy a vivir? No soy eterno. Entonces, yo me dedico a trabajar. Quiero hacer las cosas que hago; yo no tengo frustraciones. Tengo un tipo de vida que yo mismo diseñé. Vivo en Vicente López y me traslado en mi coche, el diario está en Constitución, y viajo con música. La música me prepara para el trabajo que voy a hacer; en el trabajo no escucho música. Yo disfruto el trayecto.
¿Qué música suele escuchar en el auto?
Hay algunas cosas que no se puede poner porque son tan absorbentes que te inhiben de manejar. No voy a poner un quinteto de Bartok; hasta diría que es peligroso. Pero puedo poner al sexteto de Julio De Caro, o el quinteto de clarinete de Mozart.
Usted toca el clarinete, ¿verdad?
Tengo un clarinete, que es un instrumento muy fulero. Te impone práctica. Los dedos no hay problema, el problema es la emisión del sonido, la embocadura. Ambroise Bierce en el Diccionario del Diablo dice que hay dos instrumentos peores que un clarinete: dos clarinetes. El tipo sabía lo que decía. Pero es el instrumento que quise estudiar siempre; tengo tres o cuatro, pero poco tiempo para dedicarle. Ya te digo, no se puede hacer todo, se pueden hacer algunas cosas nomás. Yo sé lo que tengo que hacer. Cuando pinto, en mi casa, después estoy todo el día pensando en lo que hice y cuando vuelvo me conecto nuevamente desde lo que procesé en el día. Para ese trabajo se necesita un alto grado de concentración que tenés que crearte vos.
Muy distinto al trabajo en el diario ¿no?
Completamente. Porque el trabajo del diario es periodístico, depende de otras cosas, la pintura depende de mí, tengo que yo mismo inventarme todo.
¿Dibujar sobre música es darse un gusto?
Es una devolución de atenciones. El libro de Piazzolla no es una biografía, es un homenaje. A un hombre excepcional, ¿no? Haber percibido los sonidos de esta ciudad es una cosa extraordinaria. Era un tipo muy trabajador también, que nunca se dio por satisfecho, siempre buscó cosas que lo alentasen a seguir haciendo otras cosas.
¿Abordarlo a él sobre él es un modo de conectarse con la ciudad?
No busco que se generen lecturas colaterales. Es sobre Piazzolla. El día que quiera hacer un libro sobre Buenos Aires lo haré, o no, no sé si voy a llegar. No creo.
¿Antes de instalarse aquí ya tenía un vínculo afectivo con Buenos Aires?
Mi madre era porteña, nació en La Boca, entonces yo venía desde niño. Pero hay una diferencia esencial entre venir como turista y ser residente. Buenos Aires es una ciudad que yo quiero mucho, es una ciudad difícil, sin duda ninguna, pero no tengo quejas: es una ciudad que me permitió ser lo que soy.
¿Tiene alguna melancolía por el pasado porteño?
No sé. Yo recuerdo el barrio de La Boca cuando era niño, muy distinto de lo que es ahora. La Boca no era un barrio, era una comunidad: si alguien se enfermaba, todo el mundo colaboraba. De allí salió el primer diputado socialista del continente, Alfredo Palacios. Mi abuelo fue elector de Alfredo Palacios. Entonces yo tengo una cantidad de cosas ahí que me llevan a visitar el barrio, y hoy parece Kosovo, una ciudad bombardeada. Yo no puedo hacer nada, más que seguir yendo.
Su abuelo Hermenegildo, también pintor y caricaturista político, era abuelo paterno ¿no?
Sí, Sábat. Murió antes de que yo naciera. Es una cosa de determinismo genético. Yo creo en eso, hay un determinismo genético que se manifiesta en mucha gente, no en todos.
¿Su padre a qué se dedicaba?
Papá era profesor de literatura, fue escritor también e investigador de teatro. Llegó a ser técnicamente Director General de la Enseñanza Secundaria en Uruguay. En casa no había dinero pero había libros. Yo me crié rodeado por libros, y sigo rodeado por libros, que es lo que a mí me motiva.
¿Su padre llegó a ver su desarrollo profesional, que siguió los pasos de su abuelo?
Sí. Supo bien quién era yo. Respecto de mi abuelo y yo, todo indica que la raza se va deteriorando. Las cosa que hacía él eran buenas. Y no estoy seguro de poder decir lo mismo de lo que yo hago.
¿Tiene trabajos propios favoritos?
No, porque yo tengo una especial fruición por mirar enfocadamente lo que hago en el momento en que lo estoy haciendo, pero después estoy siempre pensando en lo que voy a hacer, no en lo que ya hice.
publicado en Debate

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