Sunday, November 19, 2006

Marcelo Cohen

"Quiero contribuir al futuro de la novela"


Marcelo Cohen es un escritor clásico: hombre de letras, formado en millares de horas de convivencia con libros. Se nota por erudición y sobre todo por el entrenamiento en tomar conciencia, al hablar y escribir, de la enormidad de planos que están en juego en cada cosa, cada encuentro, cada problema.

Gimnasta de la reflexión, participa del paradigma de pensamiento alfabético, pausado, que hoy parece ceder ante la pantalla de la virtualidad, la imagen y la velocidad. Pero con ese perfil tradicional, Cohen hace futurismo y crea mundos alternativos, lugares “como este pero dentro de cinco minutos”,
investigando hacia dónde apunta el presente.

Bajo el imperio actual del slogan, escribir y publicar una novela de setecientas veintitrés páginas puede ser visto como una decisión política. Donde yo no estaba es el diario de Aliano D’Evanderey, un vendedor mayorista de lencería femenina enamorado de la plétora de lo real, al que le pasa “todo lo que pasa en una vida”. La ambición de Cohen es honesta: “quiero contribuir al futuro de la novela”.

El libro no pasa por alto asunto alguno de la vida. ¿Con qué criterios Aliano elige no contar algo?

Ese es su problema, y el de esta novela: cuánto de lo que una conciencia curiosa está dispuesta a aceptar que tiene en sí, entra en algo que pueda participar del género novela sin destruirse totalmente. O sea, sin perder al lector, o por lo menos sin perderlos a todos. Es como una puesta al día del criterio de verdad, porque algo que nos incomoda a los novelistas cada veinte años es que la narración, aún la más feliz e irresponsable, se siente incómoda en una tradición respecto de la riqueza, la complejidad y los modos de ser que uno puede percibir que tiene lo real. El ajuste de la novela sigue siendo, aunque sea fantástica, un asalto a lo real. Fantástico como un rodeo de acceso a lo real. Eso, y proceder vía asociaciones, son formas literarias de evitar la sensación de falsificación de lo que pasa en las vidas.

¿Cuál es el linaje literario que desemboca en esta novela?

Tengo lecturas profundas pero muy asistemáticas de algunos autores argentinos. Mi época era muy cortazariana, después apareció Puig, y por supuesto que leí a Borges, a Bioy. Y hay tres o cuatro Cortázares, y yo no me decidí hasta muy tarde qué era lo que más me interesaba de Cortázar: su libertad, una libertad ejercida sobre un conocimiento muy vasto de la literatura clásica y contemporánea. Borges es un escritor de la negatividad: no haya nada que sea real, no hay ninguna sustancia, de manera que la literatura gira sobre el vacío de lo real. Cortázar, que proviene de Borges por supuesto, tiene en cambio un realismo que es una poética de la afirmación vital, y de entrada al misterio a través de lo concreto. Por eso su literatura fantástica se erige siempre sobre una base casi costumbrista, que es lo que da la contradicción de Cortázar. Hay, juntos, una reverencia hacia la contingencia, y un deseo de experiencia. Y una creencia muy potente de que eso, que es lo manifiesto, es producto de nada: no hay Dios, no hay fundamento, se produce solo, por ebulliciones y relaciones entre las cosas de la realidad, mientras que para Borges se producen sólo por palabras.
Pero básicamente soy exogámico: me enamoré temprano de la literatura norteamericana, y gracias a eso de la inglesa, y mucha europea. Aparte, siempre leí ciencia ficción, primero la más lírica, como Bradbury, y luego en la que sentía una denuncia del estado político de nuestra sociedad más actualizada y desprejuiciada que el de la política que yo había hecho, marxista leninista, como Ballard, Dick, Delaney, Angela Carter. Todos esos escritores me ayudaron a entender la complejidad del mundo neurótico, y a entender qué podía significar Freud para un novelista.
A la luz de toda esta formación volví a la literatura argentina. Cortazar y los escritores de ciencia ficción se podían unir a mí en una indagación narrativa de ciertos mecanismos que a mí me irritaban, especialmente de la vida contemporánea. Y que eran mínimos, entonces la manera de resaltarlos mejor, o dramatizarlos o narrarlos, era colocarlos ligeramente en el futuro. No es que me interese hacer futuro ni profecía, cosa que muchas veces la ciencia ficción hace. Se trata de agigantar ciertas características del presente y ver qué pasa cuando llegan a su máxima expresión. Es una forma de la imaginación, que por un lado permite ejercer el resentimiento crítico y expresar al incomodidad y cierto deseo de destrucción y de cambio, que proviene eternamente de mi sentimiento político; y al mismo tiempo no olvidarse de que cualquier sentimiento político se ejerce sobre el horizonte de la existencia.

Los diarios íntimos suelen ser descargas de los efectos del mundo en la conciencia del autor. Al mismo tiempo usted insiste en que la literatura debe causar efectos, emociones. ¿Cómo articuló ambos polos?

Bueno, hay mucha deliberación en la escritura. Uno cuando se pone a escribir espera el momento en que la deliberación pare, y que se produzca algo absolutamente inmediado entre lo que el cuerpo de uno hizo con lo que vivió, lo que leyó, con las ocurrencias del momento, el estado de ánimo. Que sea una pura evacuación, como un solo de jazz, o como una conversación; uno querría que fuera como una conversación. Pero antes y después de eso –incluso a veces cinco segundos antes- hay una terrible cantidad de operaciones. Uno es como un perfomer, porque sabe que en algún momento habrá un juicio sobre eso. Hay ideas de conciencia, responsabilidad, diversión; es muy difícil parar las ideas, uno no debería tenerlas, pero para llegar a no tener ideas uno debe ser muy sabio, y yo no soy muy sabio.

Pero le inventó un par de maestros a Aliano.

Uno inventa, son los sabios de este mundo. Es una imitación. La sabiduría es muy difícil, la sabiduría es que una persona pueda no tener ansiedad a pesar de que las cosas y él mismo se están quemando. La sabiduría es saber morir, y eso no lo sabemos. Hablar de sabiduría no tiene mucho sentido para mí. Para mí tiene sentido contar cómo se esfuerzan algunas personas por no ser amplificadores de la ansiedad. Muchos de mis personajes están tratando de vivir fuera de la olla a presión. Y mirando con mucho cariño lo que flota alrededor.

¿Ese cariño puede ser pensado como una ética de lo otro?

La sustancia siempre se deshace: en el fondo no hay nada –bah, materia, pero sin sentido, que se hace y rehace, es intemporal, eterna, y periódicamente se aglomera en entes que tienen conciencia y hablan, y reciben un nombre y un proyecto cuando nacen. Masticar eso y asimilarlo es muy difícil, pero Aliano le dio lugar en su vida a esa spreguntas. Ahora, como la novela le da lugar a todos los temas llamados trascendentes, supe que también tenía que darle lugar a todas las cosas que son las más agudas en nuestra vida: si hay una crisis económica voy a ampliar o no el ramo de mi negocio, contra una tradición familiar, qué pienso realmente de mis padres, cuánto amo a mi mujer, etcétera. Mientras tanto Aliano piensa en su hematoma cerebral y en que no querría llegar muy cascarrabias ni muy triste al momento de la muerte. Y su ética consiste en que todo lo que le pasa por delante de la vista merece una atención muy detenida. Aliano se deja llevar por todo lo otro. Influenciado por la idea pessoana de que uno puede crear a sus maestros, inventé a Aliano para ver si me enseñaba algo.

¿Cómo sintetizaría la escritura de Aliano?

Hace cuentos de todo. Hasta las ideas más abstractas las plantea como disquisiciones, y toda argumentación, aunque no una historia, es una ficción; una idea es lo que el lenguaje humano hace con la empiria, como viene diciendo la filosofía en los últimos veinte años. Pero si Aliano quiere escuchar todo lo que le pasa con el oído de narrador, asimilarlo para sí mismo como cuento, como modo de recordarlo, a mí me parece sensacional, pero no va a lograr que el lenguaje se acalle, y a me da la sensación de que los verdaderos sabios son tipos que entendieron el silencio. Escribir y ser sabio no vienen al mismo tiempo.

Aliano se pregunta bastante por su participación política. ¿Cómo vive usted el rol social de escritor, con su ambiente y entorno?

Es una combinación de paciencia, indiferencia saludable y una larga práctica de puesta en conciencia de que la mayor satisfacción es escribir, y luego conversar un poco con personas afectadas por la lectura. Todo lo demás es parte de una vida literaria que uno no puede no aceptar pero tiene sus propias leyes. Inevitablemente la conciencia de que este mundo existe, de que uno forma parte, porque incluso vuelca opiniones, no ficcionales. Y por vida literaria entiendo no sólo el mundillo sino también los lectores, es decir una parte de la vida social. La conciencia de que en este mundo uno es un actor y no puede hacerse el tonto y pensar que las estrategias están totalmente destruidas: existen. Hay que tomárselas como parte de la vida cívica: unos componentes nada molestos, componentes que uno hace de buen grado por responsabilidad, y otros que son inevitables. Si uno no ha sido capaz de renunciar totalmente a la vida cívica, o al campo literario, hay que hacerse cargo de que uno no es inocente y que siempre, quiera o no, va a tener unos centímetros o gramos de estrategia. Más allá de eso, todas las noches uno dice “no importa” y lo que te levanta al día siguiente no es eso sino lo que vas a leer y escribir. Uno reacciona, ¿no?, a veces ve una cosa que no le gusta y dice: “este imbécil”, así como otras dice “¡qué bueno!, me gustaría hablar con este tipo”. También, impremeditadamente uno se va colocando dentro de eso, va sintiendo cómo dentro suyo hay alguien que imposta la voz, para cuando le toque tener el uso público de la palabra como en este momento. Tengo 55 años, unos cuantos libros, y como no me cayo, tengo que pensar un poco qué voy a decir cuando hable.

Sunday, November 05, 2006

El Hombre post orgánico - Paula Sibilia

Paula Sibilia, antropóloga
“En esta sociedad, se es o post humano o sub humano”
Por Agustín Valle

“Lo grande del hombre es que es un puente y no una meta”, decía Zarathustra. Hoy se aprecia cotidianamente lo fabulosa que es la potencia de los hombres en la creación de prácticas que los llevan más allá de sí, paradigmas de funcionamiento “post humanos” donde lo orgánico del cuerpo queda obsoleto y sólo vale en tanto y en cuanto tiene capacidad de engancharse al “tecnocosmos digital”.
¿Cómo se explica, en el gran mosaico de la historia, el primer transplante de cara? ¿Puede el bicho humano perder la forma humana? ¿Y qué relación tiene este desarrollo técnico de lo orgánico con los mecanismos de poder actuales?
La técnica, en principio una herramienta para relacionarse con el medio, ha adquirido una posición dominante. Eficaz y prepotente, sería el paradigma desde el que se diseña todo lo humano: he allí la genética como recodificación informacional de la esencia humana.
Como las transformaciones inducidas por la tecnología y su correlato científico no han alcanzado aún toda su magnitud, sino que su dinamismo es galopante, investigar qué formas de humanidad forjan es una tarea política.
Justamente a una “reflexión crítica sobre las bases filosóficas de la tecnociencia actual” apunta El hombre post orgánico, que la antropóloga argentina Paula Sibilia en Brasil (donde la Folha de Sao Paulo lo eligió como uno de los mejores seis libros de 2005).

¿Cómo caracterizaría la ciencia y técnicas actuales a diferencia de las del paradigma positivista?
En el saber moderno, el énfasis estaba en la ciencia como conocimiento puro. Era una voluntad de descubrir la verdad de las cosas. Ahora, no se busca encontrar la verdad más que como medio para producir efectos, controlar los fenómenos, y la técnica ya no es un complemento de la ciencia sino el fundamento. Es lo que llamo la vocación fáustica, el impulso de controlar lo aleatorio, de poder infinito sobre las cosas, de resolución del misterio mismo de la vida y la muerte.
En el libro plantea que esa vocación inaugura un nuevo tipo de totalitarismo, término en desuso y aparentemente caduco en los últimos años. ¿Cómo sería la totalidad resultante?
Lo que tiene la tecnociencia es un ansia de totalidad, de controlar todos los términos de la vida, incluso la muerte. Por otro lado, los mecanismos contemporáneos de control se depuran, se pulen, y como micromecanismos de poder buscan que nada quede fuera de su dominio. Las paredes de las instituciones se derrumban, pero su poder, en vez de derrumbarse también, se libera y extiende hacia fuera. Todo el mundo es como una gran empresa, y se controla sin la necesidad de confinar, de encerrar. En ese contexto se forja al hombre postorgánico.

¿Cómo se articularía con esa totalidad la evidencia de las millones de personas excluidas?
Todo bajo control significa todo lo que interesa controlar. Estrictamente, lo excluido no está fuera de control sino fuera de interés, out of target. Lo que sucede es que eso choca con la paranoia de la seguridad. Los excluidos no interesan, pero son peligrosos: pueden invadir el mundo de los incluidos. Pero con ese peligro se alimenta una nueva industria y unos nuevos servicios, la proliferación de dispositivos de seguridad: alarmas, guardias, sensores, rastreadores, medicamentos para el pánico.

¿O sea que el mercado les da a sus excluidos una dimensión de presencia en función del circuito de consumo?
Claro, tienen lugar como estimulantes externos del circuito de producción de seguridad, y en ese sentido son productivos para el capital.

La exclusión e inclusión del circuito de consumo tecnodigital, ¿forjan distintos tipos de cuerpos?
Completamente. Por no ser target del upgrade tecnocientífico (la actualización constante de técnicas y conexiones), los marginados cada vez son menos post orgánicos. En esta sociedad, los que no pueden transformarse en post humanos corren el riesgo de transformarse en sub humanos. Y a veces son excesivamente orgánicos, en el sentido de que la falta radical de confort y sistemas de salud les hace padecer su propia organicidad

¿Cuáles son los criterios que definen las “propuestas de diseño de la especie humana” que señala en el libro?
Básicamente, los valores mercadológicos. El riesgo de todo proyecto eugenésico es que algunos rasgos serán potencializados y otros condenados a desaparición. La vejez, la gordura, la baja estatura, por poner los ejemplos más extendidos, comienzan a ser considerados errores en el diseño físico, pero esa consideración sólo es posible por la chance real de diseñar a gusto el cuerpo, ideal tornado posible desde el proyecto genoma.
En Estados Unidos, por ejemplo, un laboratorio y una empresa tecnológica desarrollaron una droga para niños con enanismo, basada en una hormona de crecimiento. Por su gran inversión, recibieron el goce de monopolio por diez años. Fue un boom de ventas, y vieron que también la usaban chicos simplemente petisos, sin enanismo, o deportistas, para aumentar su musculatura. Entonces hicieron una campaña, con los médicos y las instituciones de salud, para redefinir la baja estatura como una enfermedad, la patologizaron y se definió como algo “no normal”. Eso es promocionar el diseño tecnocientífico del cuerpo.

¿Podría anidar allí un nuevo mecanismo de serialización, distinto por un lado de paradigma fabril y por otro de la promoción publicitaria de la pluralidad?
Es que allí hay una paradoja: el mercado estimula a ser distinto porque deglute todas las diferencias. Es decir, la singularidad está completamente codificada: singular hacia adentro del mercado.

Si lo esencial del hombre es la información que lo diseña, ¿qué le pasa a la perspectiva emocional?
Hay experimentos que intentan digitalizar las emociones. En el libro cito el trabajo de un investigador inglés que, dicho básicamente, conecta el sistema nervioso a una computadora y graba las emociones como señales eléctricas, las digitaliza como tipo de información, y luego las reenvía al sistema nervioso de la persona, para ver si vuelve a sentir la emoción. También lo hacen cruzadamente: graban la digitalización de mi miedo y te lo inyectan a vos. Más allá de los resultados que puedan tener, el punto es que es pensable hacerlo, se lo intenta, es patrón de funcionamiento que sueña con todo el sistema nervioso traducido como software a un lenguaje binario.

El libro plantea, por un lado, que la tecnociencia y su promoción de la actualización es “tirana”, y por otro que los usuarios “auogestionan” lo que compran para rediseñarse, ¿cómo se explica esa doble faceta en apariencia contradictoria?
Podríamos decir que los usuarios son suavemente intimados a hacerlo. Los dispositivos de poder están cada vez más aceitados. El totalitarismo de esta sociedad es seductor, terrible, porque convence de que es deseable, persuade a los oprimidos a rogar su opresión. Porque es un tipo de poder que produce placer, y apunta específicamente al cuerpo.

Daniel Link

“Presenciamos una masificación de la escritura”
Por Agustín J. Valle

Daniel Link está en la Academia, en librerías, en la blogósfera y en medios de prensa. Diversos registros donde este inquieto intelectual piensa la literatura (y la crea), el arte, la cultura y la política.

Convencido de que las nuevas tecnologías obligan a pensar todo de nuevo, es un cyberoptimista prudente: señala que internet rescató del letargo a la cultura letrada y supo observar que los blogs son promovidos para vender banda ancha, lo que ejemplifica las tensiones políticas que atraviesan el espacio virtual.

Fundador de Radar libros (suplemento literario de Página 12), su espalda carga con el peso nada menos que de la Literatura del Siglo 20 de la UBA, y sus manos cargan páginas con poesía y prosa, ficcional y crítica, prolífica y sistemática.

Su última novela, La ansiedad, relata un romance homosexual escrito exclusivamente en correos electrónicos y chats. Su libro Clases investiga, desde comentarios sobre la literatura y cultura del siglo pasado, cómo actualmente el arte experimental tiene potencia revolucionaria (es decir, de hacer el cielo); y Leyenda, editado por Entropía, propone una genealogía de la literatura argentina, pensando el pasado de cara al segundo centenario.

¿Puede pensarse la ansiedad como una falla (o un síntoma) de la red como sistema de producción subjetiva?

Sí, es el síntoma de una falla, sobre todo teniendo en cuenta que la lógica de la falla no es la de la catástrofe sino la de la grieta. A través de la grieta algo se filtra: se desmoronan los sedimentos o se desordenan las clasificaciones. La ansiedad es la pantalla de ese desorden y los ansiolíticos recetados la avanzadilla bélica del anestesiamiento cultural.

¿Cómo afecta la virtualidad a las experiencias de escritura y de lectura?

Hoy asistimos a una conversión masiva de los ciudadanos en escritores (preanunciada por algunos teóricos a principios del siglo XX): la blogósfera. Lo sepa o no, quien escribe en la red está haciendo literatura: jugando con las resistencias del lenguaje, inscribiéndose en un determinado imaginario, expresando terrores y anhelos que no son necesariamente individuales sino de la época misma. ¿Cuándo hubo una conversión tan masiva hacia la escritura? Desde los tiempos de la alfabetización obligatoria, en el siglo XIX, no asistíamos a un espectáculo semejante.

¿Cómo se construyen las figuras de interlocución cuando los lectores son online?

No lo sé con certeza. La interlocución en internet (al menos en mi experiencia) es un poco demasiado salvaje (o interactiva, si se prefiere). Lo que es seguro es que establece un estándar: yo no podría hoy publicar en ningún medio nada que no considere que esté “a la altura” de mi blog (de lo que yo imagino que se espera leer en mi blog: entiendo siempre estas cuestiones como completamente imaginarias). Esa intervención inmediata de los interlocutores respecto de lo que leyeron obliga a los escritores auna gran prudencia.

¿Qué tipo de movimientos cree que posibilitan en internet acciones propias, no redundantes al funcionamiento de la red?

La batalla contra el copyright, por ejemplo, no me parece que sea una mera reproducción de condiciones de producción previas, sino que se trata (supuesto que se imponga el copyleft y no el copyright) del umbral de una cultura nueva: ¡Viva la libre distribución de los bienes culturales (lo que los paranoicos de las corporaciones llaman piratería)!

Pero el copyleft lucha por poder compartir, no porque sea obligatorio. ¿Un proceso político puede habitar dimensiones marginales a los polos de la red capitalista, conviviendo con ella?

En modo alguno podría imponerse la libertad, claro. Hay que recordar que las batallas por el patentamiento no sólo afectan a la dimensión cultural de la sociedad sino también a la dimensión económica y, aún, biológica (patentamiento de material genético, como sucede ya con ciertas variedades de alimentos, vacunas y medicamentos). Lo que está en juego es de capital importancia. Por otra parte, creo que sí, el gran desafío es hoy diseñar procesos políticos no tanto contra el capitalismo sino más allá de él (a través de sus agujeros, etc.).

¿La literatura tiene capacidad de intervención política? ¿Cómo calibraría su poder alterador?

Yo diría que sí, aún cuando no se trate de intervenciones masivas. Se escribe y se publica un libro, que puede tener, en el mejor de los casos, 500 lectores (pienso en el mercado argentino). Algunos llevarán lo que leyeron más lejos, y así sucesivamente, según una lógica de cascada que, en última instancia, fue siempre la lógica de las intervenciones. ¿Cuántos lectores tuvieron, en principio, Nietzsche o Benjamín?

¿Cómo condicionan a esa acción política del arte los distintos medios de comunicación, véase la academia, la prensa, el blog, el mercado editorial?

La academia y la prensa, salvo contadas excepciones, han funcionado siempre de acuerdo a la lógica de las relaciones laborales. Los condicionamientos no funcionan allí tanto por el lado de las restricciones como por el lado de las obligaciones: uno está obligado a tocar ciertos temas y a hacerlo de cierto modo. En los medios masivos no se puede analizar (es decir, desmontar minuciosamente) el sentido común de masas; en la academia no se puede intervenir en relación con el presente fuera de los protocolos académicos (contenidos mínimos, sistemas de evaluación, informes de avance de las investigaciones, bibliografía consultada, etc.). En cuanto al caso del blog, allí todo es más libre, pero eso no significa que sea más fácil: la libertad como condena. Además, no admite desarrollos (ficcionales o argumentativos) largos o con aparato crítico.
El libro sigue siendo el momento de síntesis más alto, me parece, donde la libertad, las restricciones y las obligaciones, cuando uno tiene, además, suerte, se equilibran entre sí. Naturalmente, el mercado opera selectivamente en relación con todo lo que se publica, pero si uno revisa todo lo que se publica tampoco puede quejarse de que el mercado sea demasiado selectivo sino todo lo contrario.

Usted ha planteado que la escritura de ficción y la ensayística son cualitativamente homogéneas. ¿Hay algún logos siempre esencialmente idéntico (o continuo), no alterado por el género o formato en que se expresa? ¿Tiene un proyecto central?

No sé si se trata de una homogeneización cualitativa. Pero el ensayo, de hecho y de derecho, forma parte de la literatura. Aún la crítica más protocolar sirve para trazar mapas en el mundo de las letras y, naturalmente, en la cultura. Para mí, escribir forma parte de un proceso de ascesis y de transformación. Escribo para ver en qué puedo llegar a convertirme y en el proceso de escritura me transformo. No sé si eso alcanza para denominar a lo que uno hace un “proyecto”. Escribo poemas, diálogos, ensayos, novelas, lo que sea. Hago público los resultados de esos momentos de felicidad o angustia. Hago públicos momentos de mi vida privada, porque sé que no hay oposición que valga la pena sostener entre lo público y lo privado… Oh, ahora que me doy cuenta, eso sí se parece a un proyecto.