Monday, December 11, 2006

La Nelly

Sergio Langer - Ruben Mira
“La cultura escrita atrasa respecto de la oral”


Hace tres años aparecía en el segmento superior de la contratapa de Clarín una historieta provocadora en su trama y en su trazo: La Nelly. Resumiendo penurias, riéndose de sí mismos y el entorno, atestiguando la bizarría normalizada en el país, el venerado dibujante under Sergio Langer (autor de Mama Pierri en Barcelona) y el escritor Rubén Mira actualizaron una rica tradición satírica. Las dos primeras temporadas acaban de ser compiladas por Del Nuevo Extremo.

¿El libro consolida una tira que nació muy riesgosa?
El libro invita a mirar en perspectiva lo hecho y su alcance, recupera todo el material y lo salva de su coyuntura: adquiere magnitud de obra. Ahora bien, el espacio donde estamos es frágil porque el personaje en sí es frágil. En la historieta argentina no tenés personajes que sean buenos y malos a la vez, literarios en cuanto a la complejidad de construcción. Hablando de las historietas masivas, que suelen ser una bajada de los valores positivos de la clase media. La Nelly en cambio es ambivalente. El trabajo con el grotesco, con la invitación al lector a reirse de sí mismo, le da fragilidad al personaje. Hay otros personajes que dentro de su historieta representan la fragilidad, pero en cuanto a composición son más puros que La Nelly porque son unidimensionales, no tienen puntos de quiebre, mantienen siempre el mismo valor. Y todo lo que es más complejo es más frágil, al menos en un país como este, que se niega a pensar. Nelly puede ser una vieja fascista de barrio pero también un personaje con valores positivos: tiene el deseo de vivir en un país donde se respeten las normas básicas de ciudadanía, que no te caguen la vereda como si nada. La sátira social parte de una ética defraudada e indignada. Hay tradición en este tipo de sátiras que están inspiradas en un dolor, en bronca.

Respecto de las tradiciones, La Nelly ocupa el espacio acaso con mayor historia de tiras masivas, pero eminentemente política y atenta a lo bizarro de la sociedad, ¿su presencia habla de algún cambio en Clarín?
Clarín siempre tuvo un espacio donde el humor va más allá que el resto del material. Lo tiene nada menos que a Sábat, quien ha dibujado a todos los políticos con los pantalones bajos. Y lo tiene a Landrú que es un verdadero maestro. Son los dos satiristas más agudos del humor gráfico argentino. La Nelly viene a actualizar, a poner al día una tradición donde, sí, el humor puede estar más adelante en riesgo político que la línea editorial. Hay una gran tradición satírica; lo que sucede es que acá aparentemente la tradición de historieta humorística la hegemonizó Mafalda y desde que apareció todo el resto son remedos. Como consecuencia, la historieta tiene que transitar los valores positivos de la clase media. Mafalda está buenísima, pero pasaron otras cosas del 70 para acá, ¿dónde está la actualización de los valores? ¿Por qué el humor tiene que seguir trabajando sobre el repliegue del progresismo? Porque ya ni siquiera es sobre la expansión del progresismo: son personajes que se refugian en la casa. Hay un choque de tendencias y de valores que no pasa por el gusto. La Nelly tiene mucho más que ver con Paturuzú, con Landrú y con Tato Bores que con todos los continuadores de la línea que abrió magníficamente Quino. Nosotros nos inscribimos en una tradición hasta ahora derrotada.

¿Cómo creen que la complejidad de la tira calza con la amplitud de target del diario?
Hace poco Carlos Gamerro escribió en Página 12 que abrir Clarín es como entrar a la conciencia media argentina. Pero nosotros en cambio lo que vemos son miles de lectores distintos, una diversidad imposible de ser representada. A veces hay choques inesperados. Hicimos una saga con el bolishopping, por ejemplo, y llegaron cartas al diario diciendo que era discriminatorio usar esa palabra, y tuvimos que descartarla. Lo cual es una de las muchas muestras de cómo el progresismo está totalmente atrasado respecto de los sectores populares, de los miles de bolivianos que se mueren de risa sabiendo que el término bolishopping es una creación popular para llamar ciertas ferias clandestinas. Lo que sucede es que en Argentina hay una brutal disociación entre la cultura leída y la cultura hablada, que está mucho más adelantada. Es la disociación entre el progresismo y la gente que el progresismo dice representar. Esa gente tiene un humor todavía más ácido que lo que hacemos en La Nelly; nosotros intentamos ir acercándonos a ese humor que está todos los días en la calle.

Qué llamativo que la censura venga del lado de los lectores.
A nosotros nunca nos pusieron límites en el diario, también porque trabajamos con conciencia de dónde estamos. En toda situación de la vida los condicionantes son parte del juego, el tema es con qué actitud se encaran los condicionantes: es uno el que los transforma en reglas de juego o en límites. El espacio que tenemos nos da mucho más que lo que nos quita. No hay barreras que no hayamos superado, en cuanto a composición del personaje, delirio, uso del repertorio de la historieta, ruptura de códigos establecidos. Queremos que nos entienda más gente, y entonces el desafío ahora es afianzar el doble nivel de lectura, y que la primera lectura te permita luego acceder a entenderla profundamente.

Hablan de actualización, y La Nelly está muy ubicada epocalmente, como efecto de la crisis. ¿La tira se opone a esta moda actual de despreciar los noventa y ponerlos en un pasado lejano?
Sí, hace poco hicimos una tira sobre la campaña “Actitud Buenos Aires”, separando qué entra y qué no en esa categoría, y decíamos que no es actitud Buenos Aires añorar los años noventa, pero sí usar trajes noventeros como los de Telerman. Trabajamos esa continuidad: los noventa están muy frescos. Con el tiempo, se van a transformar en una edad dorada. Quien conoce a la clase media se da cuenta de que en el futuro habrá una mitología dorada de los noventa, cuando se podía viajar al extranjero y se usaban autos importados, ¿qué importa quién la pagó la Disneylandia, si esta también la vamos a pagar y encima es más aburrida? Para Nelly los noventa ya son una época mítica.
Por ejemplo, comparar a De la Rúa con Menem es un insulto al riojano. Ese tipo que logró que la sociedad tolerara la frase “pase de Menem para Maradona” Loco, Menem jugó al fútbol en Velez para sesenta mil personas; rompió las estructuras ficcionales de este país. Le hizo encontrar a la sociedad un tipo de deseo; es un político de verdad. Y si tengo que elegir mi villano predilecto, elijo al Guasón, no a un chacarero cordobés. Y hoy se ve la negación a lo que Menem consiguió, al mismo tiempo que se hace como si fuera el pasado. Pero los noventa son una época trágica para este país y tendríamos que volver todo el tiempo a preguntarnos qué nos pasó ahí. Eso es lo que tratamos de hacer desde el humor.

Neo es “el chorizo del ser nacional”, y en varias tiras hay fanáticos choripaneros, ¿creen que ese elemento condensa la argentinidad?
Un día Sergio dibujó un chorizo y dijo ¿por qué no lo hacemos hablar? Al principio Rubén no quería, pero después Sergio lo dibujó bailando malambo. Pero sí: hay una metafórica del chorizo como representación de nuestra cultura, donde el voto vale un choripán. El absurdo naturalizado: esa es la Argentina.

Antonio Muñoz Molina

“La capital del mundo hispano puede ser Nueva York”

Antonio Muñoz Molina, que irrumpió en la narrativa española en la década el ochenta, es institucionalmente poderoso: miembro más joven de la Real Academia Española y director saliente del Instituto Cervantes en Nueva York.
Fuertemente formado por las letras latinoamericanas –prologó las obras completas de Onetti- y atento al devenir histórico de nuestra lengua, estuvo en Buenos Aires presentando su última novela, “sobre los cambios radicales que sufrió España”.

El protagonista de El Viento de la luna es un niño de trece años quien, en discordia con el mundo rural y eclesiástico que lo rodea, se hace fan del viaje espacial que derivara en el pequeño paso pequeño de Amstrong pero inmenso de la humanidad. Ese punto de fuga es la visagra que da cuenta de un mundo muriente y de otro naciente.

El escape simbólico del protagonista se apoya en diarios, revistas, y sobre todo la televisión satelital. ¿Aquella emisión marcó la irrupción de la globalización en el mundo campesino, tradicional y totalitario de la España franquista?
Hay que tener en cuenta que régimen franquista era muy cruel, represivo y canalla políticamente, pero a partir de los 60 el régimen ya se había liberalizado económicamente. Algo parecido a lo que hizo Pinochet o ahora los chinos, con diferencias de escala y matiz. Ocurrieron dos cosas fundamentales: más de dos millones de personas emigraron del país, pero ya no a latinoamérica sino a Europa, que estaba en pleno boom de posguerra. Esa gente mandaba a España muchísimo dinero, y al mismo tiempo el Estado de bienestar en Europa hizo que mucha gente pudiera viajar de vacaciones, y España era bonita y barata, por lo que el turismo fue una segunda fuente de riqueza. Esas divisas fueron fundamentales para capitalizar el país. Y al mismo tiempo la apertura al turismo implicaba que entraran muchas prácticas culturales, además del dinero. Aunque los protagonistas de la novela no lo perciban, en los años 60 España empezó a cambiar mucho en cuanto a las dinámicas de producción y consumo. Era, sí, un principio de globalización. Eso hizo que cuando Franco murió el país cambiara con cierta facilidad, porque la sociedad, bajo el peso de la dictadura, ya había cambiado. Mucha gente de mi generación pudo no tener la vida que tuvieron sus padres, como el protagonista de la novela, la gente que se va del campo.

¿Esa transición suave dejó herencias franquistas?
Sí. No se hizo justicia verdadera ni con los que habían sufrido bajo a la dictadura, ni con los que habían sido verdugos. Pero lo peor que quedó de la dictadura es una falta de espíritu civil. El espacio de lo político es un espacio hostil que no requiere lealtad ni ética universal. El rebaje de la política al mero poder; eso quedó de la dictadura.

¿La religiosidad quedó muy teñida?
Por fortuna eso fue algo que cambió en España rapidísimo. Todo el adoctrinamiento político estaba en manos de la Iglesia católica, que tenía un peso enorme. Pero España ahora es uno de los países menos religiosos del mundo, se ha aprobado el matrimonio gay; la libertad de costumbres es una de las mayores del mundo, mucho mayor que en Estados Unidos por ejemplo. A la Iglesia le salió el tiro por la culata, porque una cosa tan opresiva genera mucho rechazo. Yo le debo a la iglesia la suerte de ser ateo.

Más allá de sus participaciones institucionales, ¿cree que la escritura, la literatura, trabaja cívicamente?
Como cualquier otra persona, un escritor puede participar en política. Y puede comprometerse con las causas democrática, del progreso y la igualdad, cuando escribe para periódicos, ensayos, artículos. La novela es una cosa mucho más ambigua, no es para mandar mensajes; el que quiera mensajes, como decía Onetti, que mande un telegrama. Los mensajes claros e literatura no funcionan, porque la literatura trata de la complejidad y de la antigüedad del mundo. Además, las ideologías profundas son inconcientes muchas veces, y no hay correspondencia entre las opiniones políticas que uno tiene y la visión del mundo que retrata su literatura. Las posiciones políticas son más superficiales. Piensa como algunos de los grandes revolucionarios estéticos del siglo 20 han sido grandes reaccionarios políticos, como Eliot o Stravinsky.

¿Existe para usted una condición latinoamericana en escritura?
Autores como Borges, Rulfo, Bioy, Onetti, determinaron mi vocación literaria. Cuando vine aquí por primera vez conocía todo, Maipú, Correintes, la Costanera; entre el tango y la literatura tenía una Buenos Aires imaginaria, pero a la que había accedido por su alcance universal. La literatura es asomarse a mundos que no te son familiares y descubrir en ellos una profunda familiaridad; se basa en al singularidad y al mismo tiempo la inteligibilidad de todos los hechos. Los autores que te mencioné eran hombres muy cosmopolitas. Me parece que que las fronteras geográficas en literaturas no son significativas de mucho. Además, cuando vives fuera del mundo en español ves que hay una comunidad cultural mucho más fuerte de lo que nos damos cuenta. ¿Qué es lo hispanoamericano? Es una mezcla muy rara de universalidad y provincianismo.
Pero creo que como no hemos sido capaces de crear un verdadero espacio cultural hispánico. Hay intercambios, pero ni comercial ni culturalmente la comunidad lingüística ha creado un mercado, en el sentido más literal de espacio de circulación. Los encuentros se producen de manera episódica y más entre escritores que entre público.
Por eso creo que hecho que la capital cultural del español puede estar en sitios como Nueva York, donde nos encontramos mutuamente en una condición superior a la nacional. La riqueza de nuestra lengua, tan unitaria y diversa a la vez, es inmensa: la posibilidad de leer un libro que tiene una variante profundamente original de la lengua, pero que al mismo tiempo es perfectamente inteligible para ti, es un tesoro.

Los latinos son la primera minoría poblacional en EEUU y siguen creciendo. ¿Cómo está variando la presencia de la cultura hispana allí?
Hay que distinguir lengua y cultura. En el 2004 había censados legalmente cuarenta y tres millones de hispanoparlantes, o sea que debe haber unos cincuenta millones: el segundo país del mundo. Pero las comunidades latinas o hispanas están muy separadas, según de dónde e incluso cuándo hayan llegado. El idioma sí tiene una frecuencia creciente; en estados como Florida se habla más español que inglés; en NY, de ocho millones de habitantes, tres son de habla hispana.
La pregunta es si la presencia de la lengua provoca una mayor presencia de la cultura, y eso está por verse. Por ahora hay un desequilibrio grande. Un ejemplo: el negocio del libro en EEUU mueve 30 mil millones de dólares anuales; el negocio del libro en español es de 300 millones, el uno por ciento, y la mitad son libros religiosos. No hay que dejarse llevar por aspectos meramente estadísticos; no importa tanto cuántos millones de personas hablen una lengua, como la posición social y cultural que la lengua tiene. Se van a ver cosas importantes en los próximos años. Podría ocurrir también que al integrarse los inmigrantes, las segundas y terceras generaciones pierdan la lengua materna, como ha pasado con el idish en EUA o el italiano aquí. Pero la cantidad de inmigración es tan colosal que probablemente se transforme en un cambio cualitativo. Además, profesionalmente, saber español es muy práctico. Porque la masa hispanoparlante está relativamente distribuida en puntos del mercado laboral. Antes, para muchos inmigrantes mexicanos lo importante era olvidar la lengua de los padres; eso era intergarse en la nueva sociedad. Pero si su lengua se convierte en un valor económico, entonces hay más ventajas en conservarla. Actualmente, incluso muchos estadounidenses estudian español, y en muchas escuelas se da como segunda lengua.
Por Agustín J Valle para revista Debate


Sunday, November 19, 2006

Marcelo Cohen

"Quiero contribuir al futuro de la novela"


Marcelo Cohen es un escritor clásico: hombre de letras, formado en millares de horas de convivencia con libros. Se nota por erudición y sobre todo por el entrenamiento en tomar conciencia, al hablar y escribir, de la enormidad de planos que están en juego en cada cosa, cada encuentro, cada problema.

Gimnasta de la reflexión, participa del paradigma de pensamiento alfabético, pausado, que hoy parece ceder ante la pantalla de la virtualidad, la imagen y la velocidad. Pero con ese perfil tradicional, Cohen hace futurismo y crea mundos alternativos, lugares “como este pero dentro de cinco minutos”,
investigando hacia dónde apunta el presente.

Bajo el imperio actual del slogan, escribir y publicar una novela de setecientas veintitrés páginas puede ser visto como una decisión política. Donde yo no estaba es el diario de Aliano D’Evanderey, un vendedor mayorista de lencería femenina enamorado de la plétora de lo real, al que le pasa “todo lo que pasa en una vida”. La ambición de Cohen es honesta: “quiero contribuir al futuro de la novela”.

El libro no pasa por alto asunto alguno de la vida. ¿Con qué criterios Aliano elige no contar algo?

Ese es su problema, y el de esta novela: cuánto de lo que una conciencia curiosa está dispuesta a aceptar que tiene en sí, entra en algo que pueda participar del género novela sin destruirse totalmente. O sea, sin perder al lector, o por lo menos sin perderlos a todos. Es como una puesta al día del criterio de verdad, porque algo que nos incomoda a los novelistas cada veinte años es que la narración, aún la más feliz e irresponsable, se siente incómoda en una tradición respecto de la riqueza, la complejidad y los modos de ser que uno puede percibir que tiene lo real. El ajuste de la novela sigue siendo, aunque sea fantástica, un asalto a lo real. Fantástico como un rodeo de acceso a lo real. Eso, y proceder vía asociaciones, son formas literarias de evitar la sensación de falsificación de lo que pasa en las vidas.

¿Cuál es el linaje literario que desemboca en esta novela?

Tengo lecturas profundas pero muy asistemáticas de algunos autores argentinos. Mi época era muy cortazariana, después apareció Puig, y por supuesto que leí a Borges, a Bioy. Y hay tres o cuatro Cortázares, y yo no me decidí hasta muy tarde qué era lo que más me interesaba de Cortázar: su libertad, una libertad ejercida sobre un conocimiento muy vasto de la literatura clásica y contemporánea. Borges es un escritor de la negatividad: no haya nada que sea real, no hay ninguna sustancia, de manera que la literatura gira sobre el vacío de lo real. Cortázar, que proviene de Borges por supuesto, tiene en cambio un realismo que es una poética de la afirmación vital, y de entrada al misterio a través de lo concreto. Por eso su literatura fantástica se erige siempre sobre una base casi costumbrista, que es lo que da la contradicción de Cortázar. Hay, juntos, una reverencia hacia la contingencia, y un deseo de experiencia. Y una creencia muy potente de que eso, que es lo manifiesto, es producto de nada: no hay Dios, no hay fundamento, se produce solo, por ebulliciones y relaciones entre las cosas de la realidad, mientras que para Borges se producen sólo por palabras.
Pero básicamente soy exogámico: me enamoré temprano de la literatura norteamericana, y gracias a eso de la inglesa, y mucha europea. Aparte, siempre leí ciencia ficción, primero la más lírica, como Bradbury, y luego en la que sentía una denuncia del estado político de nuestra sociedad más actualizada y desprejuiciada que el de la política que yo había hecho, marxista leninista, como Ballard, Dick, Delaney, Angela Carter. Todos esos escritores me ayudaron a entender la complejidad del mundo neurótico, y a entender qué podía significar Freud para un novelista.
A la luz de toda esta formación volví a la literatura argentina. Cortazar y los escritores de ciencia ficción se podían unir a mí en una indagación narrativa de ciertos mecanismos que a mí me irritaban, especialmente de la vida contemporánea. Y que eran mínimos, entonces la manera de resaltarlos mejor, o dramatizarlos o narrarlos, era colocarlos ligeramente en el futuro. No es que me interese hacer futuro ni profecía, cosa que muchas veces la ciencia ficción hace. Se trata de agigantar ciertas características del presente y ver qué pasa cuando llegan a su máxima expresión. Es una forma de la imaginación, que por un lado permite ejercer el resentimiento crítico y expresar al incomodidad y cierto deseo de destrucción y de cambio, que proviene eternamente de mi sentimiento político; y al mismo tiempo no olvidarse de que cualquier sentimiento político se ejerce sobre el horizonte de la existencia.

Los diarios íntimos suelen ser descargas de los efectos del mundo en la conciencia del autor. Al mismo tiempo usted insiste en que la literatura debe causar efectos, emociones. ¿Cómo articuló ambos polos?

Bueno, hay mucha deliberación en la escritura. Uno cuando se pone a escribir espera el momento en que la deliberación pare, y que se produzca algo absolutamente inmediado entre lo que el cuerpo de uno hizo con lo que vivió, lo que leyó, con las ocurrencias del momento, el estado de ánimo. Que sea una pura evacuación, como un solo de jazz, o como una conversación; uno querría que fuera como una conversación. Pero antes y después de eso –incluso a veces cinco segundos antes- hay una terrible cantidad de operaciones. Uno es como un perfomer, porque sabe que en algún momento habrá un juicio sobre eso. Hay ideas de conciencia, responsabilidad, diversión; es muy difícil parar las ideas, uno no debería tenerlas, pero para llegar a no tener ideas uno debe ser muy sabio, y yo no soy muy sabio.

Pero le inventó un par de maestros a Aliano.

Uno inventa, son los sabios de este mundo. Es una imitación. La sabiduría es muy difícil, la sabiduría es que una persona pueda no tener ansiedad a pesar de que las cosas y él mismo se están quemando. La sabiduría es saber morir, y eso no lo sabemos. Hablar de sabiduría no tiene mucho sentido para mí. Para mí tiene sentido contar cómo se esfuerzan algunas personas por no ser amplificadores de la ansiedad. Muchos de mis personajes están tratando de vivir fuera de la olla a presión. Y mirando con mucho cariño lo que flota alrededor.

¿Ese cariño puede ser pensado como una ética de lo otro?

La sustancia siempre se deshace: en el fondo no hay nada –bah, materia, pero sin sentido, que se hace y rehace, es intemporal, eterna, y periódicamente se aglomera en entes que tienen conciencia y hablan, y reciben un nombre y un proyecto cuando nacen. Masticar eso y asimilarlo es muy difícil, pero Aliano le dio lugar en su vida a esa spreguntas. Ahora, como la novela le da lugar a todos los temas llamados trascendentes, supe que también tenía que darle lugar a todas las cosas que son las más agudas en nuestra vida: si hay una crisis económica voy a ampliar o no el ramo de mi negocio, contra una tradición familiar, qué pienso realmente de mis padres, cuánto amo a mi mujer, etcétera. Mientras tanto Aliano piensa en su hematoma cerebral y en que no querría llegar muy cascarrabias ni muy triste al momento de la muerte. Y su ética consiste en que todo lo que le pasa por delante de la vista merece una atención muy detenida. Aliano se deja llevar por todo lo otro. Influenciado por la idea pessoana de que uno puede crear a sus maestros, inventé a Aliano para ver si me enseñaba algo.

¿Cómo sintetizaría la escritura de Aliano?

Hace cuentos de todo. Hasta las ideas más abstractas las plantea como disquisiciones, y toda argumentación, aunque no una historia, es una ficción; una idea es lo que el lenguaje humano hace con la empiria, como viene diciendo la filosofía en los últimos veinte años. Pero si Aliano quiere escuchar todo lo que le pasa con el oído de narrador, asimilarlo para sí mismo como cuento, como modo de recordarlo, a mí me parece sensacional, pero no va a lograr que el lenguaje se acalle, y a me da la sensación de que los verdaderos sabios son tipos que entendieron el silencio. Escribir y ser sabio no vienen al mismo tiempo.

Aliano se pregunta bastante por su participación política. ¿Cómo vive usted el rol social de escritor, con su ambiente y entorno?

Es una combinación de paciencia, indiferencia saludable y una larga práctica de puesta en conciencia de que la mayor satisfacción es escribir, y luego conversar un poco con personas afectadas por la lectura. Todo lo demás es parte de una vida literaria que uno no puede no aceptar pero tiene sus propias leyes. Inevitablemente la conciencia de que este mundo existe, de que uno forma parte, porque incluso vuelca opiniones, no ficcionales. Y por vida literaria entiendo no sólo el mundillo sino también los lectores, es decir una parte de la vida social. La conciencia de que en este mundo uno es un actor y no puede hacerse el tonto y pensar que las estrategias están totalmente destruidas: existen. Hay que tomárselas como parte de la vida cívica: unos componentes nada molestos, componentes que uno hace de buen grado por responsabilidad, y otros que son inevitables. Si uno no ha sido capaz de renunciar totalmente a la vida cívica, o al campo literario, hay que hacerse cargo de que uno no es inocente y que siempre, quiera o no, va a tener unos centímetros o gramos de estrategia. Más allá de eso, todas las noches uno dice “no importa” y lo que te levanta al día siguiente no es eso sino lo que vas a leer y escribir. Uno reacciona, ¿no?, a veces ve una cosa que no le gusta y dice: “este imbécil”, así como otras dice “¡qué bueno!, me gustaría hablar con este tipo”. También, impremeditadamente uno se va colocando dentro de eso, va sintiendo cómo dentro suyo hay alguien que imposta la voz, para cuando le toque tener el uso público de la palabra como en este momento. Tengo 55 años, unos cuantos libros, y como no me cayo, tengo que pensar un poco qué voy a decir cuando hable.

Sunday, November 05, 2006

El Hombre post orgánico - Paula Sibilia

Paula Sibilia, antropóloga
“En esta sociedad, se es o post humano o sub humano”
Por Agustín Valle

“Lo grande del hombre es que es un puente y no una meta”, decía Zarathustra. Hoy se aprecia cotidianamente lo fabulosa que es la potencia de los hombres en la creación de prácticas que los llevan más allá de sí, paradigmas de funcionamiento “post humanos” donde lo orgánico del cuerpo queda obsoleto y sólo vale en tanto y en cuanto tiene capacidad de engancharse al “tecnocosmos digital”.
¿Cómo se explica, en el gran mosaico de la historia, el primer transplante de cara? ¿Puede el bicho humano perder la forma humana? ¿Y qué relación tiene este desarrollo técnico de lo orgánico con los mecanismos de poder actuales?
La técnica, en principio una herramienta para relacionarse con el medio, ha adquirido una posición dominante. Eficaz y prepotente, sería el paradigma desde el que se diseña todo lo humano: he allí la genética como recodificación informacional de la esencia humana.
Como las transformaciones inducidas por la tecnología y su correlato científico no han alcanzado aún toda su magnitud, sino que su dinamismo es galopante, investigar qué formas de humanidad forjan es una tarea política.
Justamente a una “reflexión crítica sobre las bases filosóficas de la tecnociencia actual” apunta El hombre post orgánico, que la antropóloga argentina Paula Sibilia en Brasil (donde la Folha de Sao Paulo lo eligió como uno de los mejores seis libros de 2005).

¿Cómo caracterizaría la ciencia y técnicas actuales a diferencia de las del paradigma positivista?
En el saber moderno, el énfasis estaba en la ciencia como conocimiento puro. Era una voluntad de descubrir la verdad de las cosas. Ahora, no se busca encontrar la verdad más que como medio para producir efectos, controlar los fenómenos, y la técnica ya no es un complemento de la ciencia sino el fundamento. Es lo que llamo la vocación fáustica, el impulso de controlar lo aleatorio, de poder infinito sobre las cosas, de resolución del misterio mismo de la vida y la muerte.
En el libro plantea que esa vocación inaugura un nuevo tipo de totalitarismo, término en desuso y aparentemente caduco en los últimos años. ¿Cómo sería la totalidad resultante?
Lo que tiene la tecnociencia es un ansia de totalidad, de controlar todos los términos de la vida, incluso la muerte. Por otro lado, los mecanismos contemporáneos de control se depuran, se pulen, y como micromecanismos de poder buscan que nada quede fuera de su dominio. Las paredes de las instituciones se derrumban, pero su poder, en vez de derrumbarse también, se libera y extiende hacia fuera. Todo el mundo es como una gran empresa, y se controla sin la necesidad de confinar, de encerrar. En ese contexto se forja al hombre postorgánico.

¿Cómo se articularía con esa totalidad la evidencia de las millones de personas excluidas?
Todo bajo control significa todo lo que interesa controlar. Estrictamente, lo excluido no está fuera de control sino fuera de interés, out of target. Lo que sucede es que eso choca con la paranoia de la seguridad. Los excluidos no interesan, pero son peligrosos: pueden invadir el mundo de los incluidos. Pero con ese peligro se alimenta una nueva industria y unos nuevos servicios, la proliferación de dispositivos de seguridad: alarmas, guardias, sensores, rastreadores, medicamentos para el pánico.

¿O sea que el mercado les da a sus excluidos una dimensión de presencia en función del circuito de consumo?
Claro, tienen lugar como estimulantes externos del circuito de producción de seguridad, y en ese sentido son productivos para el capital.

La exclusión e inclusión del circuito de consumo tecnodigital, ¿forjan distintos tipos de cuerpos?
Completamente. Por no ser target del upgrade tecnocientífico (la actualización constante de técnicas y conexiones), los marginados cada vez son menos post orgánicos. En esta sociedad, los que no pueden transformarse en post humanos corren el riesgo de transformarse en sub humanos. Y a veces son excesivamente orgánicos, en el sentido de que la falta radical de confort y sistemas de salud les hace padecer su propia organicidad

¿Cuáles son los criterios que definen las “propuestas de diseño de la especie humana” que señala en el libro?
Básicamente, los valores mercadológicos. El riesgo de todo proyecto eugenésico es que algunos rasgos serán potencializados y otros condenados a desaparición. La vejez, la gordura, la baja estatura, por poner los ejemplos más extendidos, comienzan a ser considerados errores en el diseño físico, pero esa consideración sólo es posible por la chance real de diseñar a gusto el cuerpo, ideal tornado posible desde el proyecto genoma.
En Estados Unidos, por ejemplo, un laboratorio y una empresa tecnológica desarrollaron una droga para niños con enanismo, basada en una hormona de crecimiento. Por su gran inversión, recibieron el goce de monopolio por diez años. Fue un boom de ventas, y vieron que también la usaban chicos simplemente petisos, sin enanismo, o deportistas, para aumentar su musculatura. Entonces hicieron una campaña, con los médicos y las instituciones de salud, para redefinir la baja estatura como una enfermedad, la patologizaron y se definió como algo “no normal”. Eso es promocionar el diseño tecnocientífico del cuerpo.

¿Podría anidar allí un nuevo mecanismo de serialización, distinto por un lado de paradigma fabril y por otro de la promoción publicitaria de la pluralidad?
Es que allí hay una paradoja: el mercado estimula a ser distinto porque deglute todas las diferencias. Es decir, la singularidad está completamente codificada: singular hacia adentro del mercado.

Si lo esencial del hombre es la información que lo diseña, ¿qué le pasa a la perspectiva emocional?
Hay experimentos que intentan digitalizar las emociones. En el libro cito el trabajo de un investigador inglés que, dicho básicamente, conecta el sistema nervioso a una computadora y graba las emociones como señales eléctricas, las digitaliza como tipo de información, y luego las reenvía al sistema nervioso de la persona, para ver si vuelve a sentir la emoción. También lo hacen cruzadamente: graban la digitalización de mi miedo y te lo inyectan a vos. Más allá de los resultados que puedan tener, el punto es que es pensable hacerlo, se lo intenta, es patrón de funcionamiento que sueña con todo el sistema nervioso traducido como software a un lenguaje binario.

El libro plantea, por un lado, que la tecnociencia y su promoción de la actualización es “tirana”, y por otro que los usuarios “auogestionan” lo que compran para rediseñarse, ¿cómo se explica esa doble faceta en apariencia contradictoria?
Podríamos decir que los usuarios son suavemente intimados a hacerlo. Los dispositivos de poder están cada vez más aceitados. El totalitarismo de esta sociedad es seductor, terrible, porque convence de que es deseable, persuade a los oprimidos a rogar su opresión. Porque es un tipo de poder que produce placer, y apunta específicamente al cuerpo.

Daniel Link

“Presenciamos una masificación de la escritura”
Por Agustín J. Valle

Daniel Link está en la Academia, en librerías, en la blogósfera y en medios de prensa. Diversos registros donde este inquieto intelectual piensa la literatura (y la crea), el arte, la cultura y la política.

Convencido de que las nuevas tecnologías obligan a pensar todo de nuevo, es un cyberoptimista prudente: señala que internet rescató del letargo a la cultura letrada y supo observar que los blogs son promovidos para vender banda ancha, lo que ejemplifica las tensiones políticas que atraviesan el espacio virtual.

Fundador de Radar libros (suplemento literario de Página 12), su espalda carga con el peso nada menos que de la Literatura del Siglo 20 de la UBA, y sus manos cargan páginas con poesía y prosa, ficcional y crítica, prolífica y sistemática.

Su última novela, La ansiedad, relata un romance homosexual escrito exclusivamente en correos electrónicos y chats. Su libro Clases investiga, desde comentarios sobre la literatura y cultura del siglo pasado, cómo actualmente el arte experimental tiene potencia revolucionaria (es decir, de hacer el cielo); y Leyenda, editado por Entropía, propone una genealogía de la literatura argentina, pensando el pasado de cara al segundo centenario.

¿Puede pensarse la ansiedad como una falla (o un síntoma) de la red como sistema de producción subjetiva?

Sí, es el síntoma de una falla, sobre todo teniendo en cuenta que la lógica de la falla no es la de la catástrofe sino la de la grieta. A través de la grieta algo se filtra: se desmoronan los sedimentos o se desordenan las clasificaciones. La ansiedad es la pantalla de ese desorden y los ansiolíticos recetados la avanzadilla bélica del anestesiamiento cultural.

¿Cómo afecta la virtualidad a las experiencias de escritura y de lectura?

Hoy asistimos a una conversión masiva de los ciudadanos en escritores (preanunciada por algunos teóricos a principios del siglo XX): la blogósfera. Lo sepa o no, quien escribe en la red está haciendo literatura: jugando con las resistencias del lenguaje, inscribiéndose en un determinado imaginario, expresando terrores y anhelos que no son necesariamente individuales sino de la época misma. ¿Cuándo hubo una conversión tan masiva hacia la escritura? Desde los tiempos de la alfabetización obligatoria, en el siglo XIX, no asistíamos a un espectáculo semejante.

¿Cómo se construyen las figuras de interlocución cuando los lectores son online?

No lo sé con certeza. La interlocución en internet (al menos en mi experiencia) es un poco demasiado salvaje (o interactiva, si se prefiere). Lo que es seguro es que establece un estándar: yo no podría hoy publicar en ningún medio nada que no considere que esté “a la altura” de mi blog (de lo que yo imagino que se espera leer en mi blog: entiendo siempre estas cuestiones como completamente imaginarias). Esa intervención inmediata de los interlocutores respecto de lo que leyeron obliga a los escritores auna gran prudencia.

¿Qué tipo de movimientos cree que posibilitan en internet acciones propias, no redundantes al funcionamiento de la red?

La batalla contra el copyright, por ejemplo, no me parece que sea una mera reproducción de condiciones de producción previas, sino que se trata (supuesto que se imponga el copyleft y no el copyright) del umbral de una cultura nueva: ¡Viva la libre distribución de los bienes culturales (lo que los paranoicos de las corporaciones llaman piratería)!

Pero el copyleft lucha por poder compartir, no porque sea obligatorio. ¿Un proceso político puede habitar dimensiones marginales a los polos de la red capitalista, conviviendo con ella?

En modo alguno podría imponerse la libertad, claro. Hay que recordar que las batallas por el patentamiento no sólo afectan a la dimensión cultural de la sociedad sino también a la dimensión económica y, aún, biológica (patentamiento de material genético, como sucede ya con ciertas variedades de alimentos, vacunas y medicamentos). Lo que está en juego es de capital importancia. Por otra parte, creo que sí, el gran desafío es hoy diseñar procesos políticos no tanto contra el capitalismo sino más allá de él (a través de sus agujeros, etc.).

¿La literatura tiene capacidad de intervención política? ¿Cómo calibraría su poder alterador?

Yo diría que sí, aún cuando no se trate de intervenciones masivas. Se escribe y se publica un libro, que puede tener, en el mejor de los casos, 500 lectores (pienso en el mercado argentino). Algunos llevarán lo que leyeron más lejos, y así sucesivamente, según una lógica de cascada que, en última instancia, fue siempre la lógica de las intervenciones. ¿Cuántos lectores tuvieron, en principio, Nietzsche o Benjamín?

¿Cómo condicionan a esa acción política del arte los distintos medios de comunicación, véase la academia, la prensa, el blog, el mercado editorial?

La academia y la prensa, salvo contadas excepciones, han funcionado siempre de acuerdo a la lógica de las relaciones laborales. Los condicionamientos no funcionan allí tanto por el lado de las restricciones como por el lado de las obligaciones: uno está obligado a tocar ciertos temas y a hacerlo de cierto modo. En los medios masivos no se puede analizar (es decir, desmontar minuciosamente) el sentido común de masas; en la academia no se puede intervenir en relación con el presente fuera de los protocolos académicos (contenidos mínimos, sistemas de evaluación, informes de avance de las investigaciones, bibliografía consultada, etc.). En cuanto al caso del blog, allí todo es más libre, pero eso no significa que sea más fácil: la libertad como condena. Además, no admite desarrollos (ficcionales o argumentativos) largos o con aparato crítico.
El libro sigue siendo el momento de síntesis más alto, me parece, donde la libertad, las restricciones y las obligaciones, cuando uno tiene, además, suerte, se equilibran entre sí. Naturalmente, el mercado opera selectivamente en relación con todo lo que se publica, pero si uno revisa todo lo que se publica tampoco puede quejarse de que el mercado sea demasiado selectivo sino todo lo contrario.

Usted ha planteado que la escritura de ficción y la ensayística son cualitativamente homogéneas. ¿Hay algún logos siempre esencialmente idéntico (o continuo), no alterado por el género o formato en que se expresa? ¿Tiene un proyecto central?

No sé si se trata de una homogeneización cualitativa. Pero el ensayo, de hecho y de derecho, forma parte de la literatura. Aún la crítica más protocolar sirve para trazar mapas en el mundo de las letras y, naturalmente, en la cultura. Para mí, escribir forma parte de un proceso de ascesis y de transformación. Escribo para ver en qué puedo llegar a convertirme y en el proceso de escritura me transformo. No sé si eso alcanza para denominar a lo que uno hace un “proyecto”. Escribo poemas, diálogos, ensayos, novelas, lo que sea. Hago público los resultados de esos momentos de felicidad o angustia. Hago públicos momentos de mi vida privada, porque sé que no hay oposición que valga la pena sostener entre lo público y lo privado… Oh, ahora que me doy cuenta, eso sí se parece a un proyecto.

Thursday, October 26, 2006

Liniers

"Macanudo intenta humanizar a la gente"

Su tira Macanudo es el último fenómeno de la historieta argentina, con un espontáneo séquito de admiradores que no cesan de sorprenderse. Estudió y dejó derecho y publicidad para lanzarse a ofrecer sus “dibujitos”, y hoy quieren editarlo en España. El talento del absurdo y la ternura de un tipo a quien, asegura, la suerte agarró trabajando.


Si la lógica social valora los actos con el único criterio de la rentabilidad del capital, entonces Liniers desborda lo dado: con sus dibujos, hace sentir, hace pensar. Macanudo, su tira diaria en La Nación, es un universo tierno, triste, gracioso, delirante, poblado por duendes, pingüinos con paraguas, una niña solitaria, “gente que anda por ahí”, entre algunos de los personajes que salvan de la saturación cotidiana la delicadeza de lo simple.
Artista de la generación post dictadura, Ricardo Liniers Siri dibuja hombres con moño y sombrero y mujeres con pollera. El culto en torno suyo generó la publicación (por De la flor) de dos volúmenes de Macanudos seleccionados, que una editorial española ya quiere lanzar, y la inminente aparición del compilado de Bonjour, la tira que hizo en el suplemento No de Página 12. Además de fotologs y foros virtuales donde sus lectores comparten impresiones.
Con sensibilidad lúcida en sus pinceles, registra desacomodos, plenitudes, extrañamientos con el mundo, y así ofrece herramientas para mirar de otro modo a las personas y a la ciudad. Un cachetazo tierno al estado de ánimo, cada vez más elegido para empezar desayunos.

La historieta es un arte que combina artes. ¿Desde dónde pensás los chistes?
La historieta tiene lo mejor de dos mundos que me encantan, la plástica y la literatura; al mismo tiempo, algo de cine, de lo que también soy fanático. Las influencias vienen de todos lados, incluso de la música. Pero no tengo una forma establecida de trabajar, más bien al contrario: me baso en explorar todas las vetas y mecanismos que se me ocurran. Cada vez que vislumbro una arista diferente de humor, intento hacer un personaje para explotarla.
Lo que sí tengo claro, a partir de leer y analizar muchas historietas, es que la parte gráfica es esencial. En la primera mitad del siglo 20 había un cuidado increíble, porque les daban una página entera, pero eso se fue perdiendo.

¿Cómo cuidás la calidad de la tira?

Incluso los dibujos simples son elaborados, porque pasé muchos años buscando la forma en que quería dibujar. Por otro lado, intento aprovechar la frecuencia diaria para hacer un trabajo de pensar, de diseñar la tira, los personajes, examinar todos los costados de la historieta que me puedan gustar.
De allí el nombre Macanudo: no menciona demasiado claramente a nada ni a nadie, no me ata y puedo poner un chico, historietas absurdas, un robot, a mí mismo, lo que fuere. Al principio era confuso, pero ahora mucha gente entró en sintonía.

¿Cómo te resulta ejercer el humor absurdo en un diario que, por decirlo de algún modo, mantiene las formas?

No sabría cómo imaginar al lector promedio del diario. Mi política es: cualquier idea que me aparezca en la cabeza que me parezca interesante, la tengo que hacer. Ni siquiera necesito que sea graciosa. Nunca subestimo al lector pensando que no puede entender algo que yo sí, me considero un tipo promedio, así que al menos la mitad entenderá.
Si bien el público es tan variopinto que no puedo suponer códigos compartidos a priori, también creo que lo conservador del diario potencia el efecto descolocante de la tira.

¿No necesariamente graciosa pero sí humorística? ¿Qué buscás hacerle a los lectores?

Más que hacer que la gente se ría, lo que quiero es cambiarle el estado de ánimo. Yo trabajo sobre los humores en general: bueno, malo, cómico, reflexivo, deprimido, etcétera. Ese humor es el que maneja la tira.
El efecto que más busco es el del final de Tiempos modernos: después de perder mil veces el trabajo, ella llora y él, que camina feliz de la vida, le hace un gesto para que sonría, y se van los dos riendo. Esa confusión emocional entre la ternura, la tragedia, la gracia, me pone la piel de gallina y creo que contiene toda la filosofía de Chaplin contenida.

¿Con qué otros humoristas hiciste experiencia?

Cuando apareció Alfredo Caseros con Cha Cha Cha, no podía creer lo que veían mis ojos. También Les Luthiers, Seinfeld, Ren & Stimpy, Monty Python, Fontanarrosa, Quino, muchísimos. La clave está en la sorpresa, es la que puede arrancarte la carcajada. Si ya sabés por dónde viene, la cachetada no sacude tanto. Mi trabajo de basa en la capacidad de sorprenderme.

¿Con Los Simpson tenés relación?

Ellos me enseñaron que hay que laburar a distintos niveles para que sea más rico el producto. Un capítulo suyo te encanta a los diez años y también a los treinta. Tienen referencias oscurísimas a personajes históricos, del arte clásico y moderno que, a quienes se dan cuenta, les suma, y a los chicos no les estorba, porque ya están enganchados con la animación y la historia.
Dejó de tener sentido la idea de dibujos para chicos; a ellos ya les gusta porque es dibujito, entonces es fácil hacerlo para todos.

¿Cómo buscás la sorpresa?

Recurro mucho a la infancia, cuando todo te sorprende. El día que me dieron una fotocopia por primera vez no lo podía creer, y me la llevé a casa y la guardé. De grande perdés esa sorpresa total. Yo la encuentro en el cine, en la historieta, en la música. Ya no en los adelantos tecnológicos, porque también estás esperándolos.
Los contrastes son muy importantes para generar sorpresa. Odio el chiste de la mala palabra, el humor tipo Canal 9 que consiste en decir “je je, culo”; no es gracioso porque sí decir culo. Lo hace muy bien South Park, donde está perfectamente equilibrada la ternura de los chiquitos, la inocencia asociada a la infancia, con las barbaridades que dicen.

¿Cuál es el papel del humor en el sentido de la vida, tanto de quien se dedica a él como de la gente en general?

Para mí la vida sería una cárcel sin humor; el mejor momento del día es cuando es clarísimo que me estoy divirtiendo. Me parece que van a pasar mil cosas espantosas, pero que la única manera de zafarla es si te reís.
Por eso también rescato el cinismo, Barcelona, por ejemplo. Me encanta el humor de los tipos que van con los tapones de punta, desaforados. Creo en la fórmula de Chaplin: humor es tragedia más tiempo.
No hay algo de lo que uno no pueda reírse, porque no necesariamente reírse es negarle importancia. Roberto Benigni hizo La vida es bella y no menospreciaba el holocausto, se reía como mecanismo de defensa. Había sucedido lo más siniestro que puede pasar; el ser humano no se hunde más abajo que un genocidio. Si te podés llegar a reír con eso, sobrevivís.

¿Es esa vitalidad del humor lo que hace que tanta gente lea Macanudo antes que las noticias?

Descomprime, porque las noticias siempre son gigantes y malas. La única buena es que un taxista devuelve tres mil pesos, pero no es noticia un día común y feliz de un tachero. Hay una afición a la mala noticia muy extraña. Personalmente, ya ni compro el diario, igual te enterás de todo.
Además, no sé si es sana esa obsesión de saber todo el tiempo lo que pasa en todos lados, no sé si las noticias son más importantes que Moby Dick o Salinger o si forman más parte de mi vida que el pájaro que canta en mi ventana.
Ahora, si bien busco enfocar en lo lindo que está cerca y olvidamos, también valoro señalar la llaga, fijarse en las cosas horribles que pasan a diario. Hay personas tiradas en el piso y nadie les ofrece una mano, podrían ser cadáveres y la gente tardaría en darse cuenta. Creo que es la dinámica de esta ciudad, y Macanudo también intenta hacerle una fisura, humanizar a la gente.

¿Descargas en la tira reacciones contra cosas que te molestan?

Sí, por eso dibujo tanto el campo y los árboles y muestro una ciudad usualmente hostil. Pero no estoy de acuerdo con que la afeen los graffitis, ni el stencil; lo que me afea la 9 de Julio es un fulano de cuarenta metros en calzoncillo, recién salido del gimnasio, con una rubia raquítica acercándosele, deseosa. No he visto en otra ciudad tan poca protección a la belleza urbana frente al marketing.
De las modelos también me río, no tanto por ellas sino porque, como dice Woody Allen, un buen termómetro para observar una sociedad son las figuras que elige celebrar. Con canales que pasan biografías de minas sólo porque son lindas, estamos en problemas.

Martin Caparros

"En Argentina sobran provincias"


¿Qué es Argentina? Si a un escolar se le dice “dibujá Argentina”, dibujará seguramente el contorno geográfico de Argentina. ¿Hay algo relatable que se llame así?
Al volante de su coche, Martín Caparrós recorrió más de treinta mil kilómetros de quince provincias de la mitad norte –y más antigua- del territorio nacional, y volcó profusamente el periplo en una crónica, el género que prefiere en los últimos años y que cruza el periodismo y la historia. Pero su viaje dejó atrás Buenos Aires, porque le interesaba otro país: El Interior. Tal el nombre de su flamante libro, de más de seiscientas páginas.

¿Qué ideas confirmó y qué ideas tuvo que cambiar sobre el interior?

Me llamó la atención que la estadística en Argentina es una disciplina o repudiada o ignorada, no sé, pero que en todo caso no funciona: me resultó casi imposible conseguir los datos socioeconómicos del país sustrayendo los datos de Capital y el GBA. No está hecho, tuve que ponerme con la calculadora a sacar miles de cuentas, extrapolaciones complicadísimas, etc. Al margen de esto, una constatación fuerte de este viaje fue que Argentina está vacía. Aquí es difícil de imaginar, porque el espacio es un lujo extremo en la ciudad. Pero en el interior es casi una amenaza, el desierto acecha. Y en un mundo donde el espacio está tan cotizado es curioso que no sepamos cómo hacer valer esa especie de sobreabundancia de espacio que tenemos.

Además durante mucho tiempo se pensó que la mera tierra hacía de Argentina un país rico.

Sí, ahora volvió la idea esa de que la tierra es lo que nos salva, y si uno se pone a ver los números tampoco es tan cierto. Lo que sí es cierto es que la explotación de la soja está cambiando buena parte del país. Alguien tendría que investigar seriamente cómo es la Argentina desde que se convirtió en el sojero del mundo. La soja vacía extensiones, expulsa trabajadores y recupera un sector social que estaba muy caído, sin ningún peso en la política: los propietarios de tierras y los productores rurales. Han recuperado su peso, y lo más curioso es que tienen un proyecto político, y hace mucho que un sector de la producción no tenía un proyecto de país explícito.
Antes cuando los sectores económicos tenían su proyecto se conseguían un general o un político y hacían que lo aplicara; en cambio estos tienen un proyecto y lo difunden, hacen encuentros, congresos, hablan de cómo la modernización y la tecnificación han mejorado tanto el campo y que entonces mejoraría el resto del país. Pero habría que estudiar en detalle ese modelo, porque también expulsa trabajadores y usa la tierra de una manera totalmente punkie, arrebatada, sin saber si deja o no futuro.

¿Con ese proyecto se viene enfrentado Kirchner?

No, el enfrentamiento es con los productores de carne, a su vez enfrentados con los sojeros, quienes les comen el terreno arrendando tierras que antes servían para dar de comer al ganado, porque la soja es más intensiva y da beneficios inmediatos mayores. Es el viejo enfrentamiento entre un sector más modernizador y arriesgado, que serían los sojeros, que harían una inversión grande cada año y estarían más expuestos a los avatares climáticos, y los productores ganadores, conservadores, que saben que la plata está en cuatro patas, que no hacen grandes inversiones ni tendrán grandes réditos pero sí la tranquilidad de que la guita está segura, envuelta en cuero. Aunque obviamente algunos ganaderos están viendo cómo tecnificarse; es un tema bastante complejo

En la presentación del libro, en el pueblo entrerriano Irazusta, dijo que allí “el Estado decidió dejar de ser Estado y el pueblo existe por decisión de sus habitantes”. Si existe no por efecto del país sino de su comunidad local ¿Hay algo real que se llame Argentina e integre sus partes?

Por un lado, tengo la sensación de que el proyecto que instaló la dictadura y continuaron los gobiernos posteriores no sólo empezó desapareciendo personas sino que también luego desapareció pueblos. Muchos quedaron fuera del mapa, básicamente por el ocaso de los ferrocarriles, pero también por la concentración de la tierra que expulsó gente. Muchos pelearon por seguir existiendo, pero contra el Estado, no gracias a él. Argentina es un país donde el Estado se escapó, lo cual no es poco: también crea una unidad.
Pero hay una paradoja muy curiosa, porque al mismo tiempo que el Estado se escapó, se generó un Estado más poderoso que nunca, en el peor sentido: al dejar de proveer transporte, salud, educación, etc., la pobreza que eso creó hizo que cada vez más gente viviera de empleos estatales; más de la mitad de la gente, en ciertas provincias. Entonces la dependencia de la población con respecto al estado se acrecentó muchísimo como efecto del mismo proceso en que el Estado se aminoró muchísimo. Cuando en las provincias había fuentes de ingresos legítimas, la gente podía intervenir o no en política, pero no dependía de los políticos como ahora, cuando dependen para su subsistencia, si el intendente no les da el subsidio no comen.

¿Pero hay elementos que aúnen la dispersión argentina?

Hay causas comunes. Por ejemplo, charlé con un tipo en un ranchito en Tucumán que me contaba cómo quemaba cuerpos de guerrilleros en el año 75 porque era soldado en el operativo independencia, lo cual me ubica todo lo lejos que se puede estar de una persona, obviamente, pero al mismo tiempo somos efectos de la misma causa argentina. Este es el ejemplo más extremo; pero de más está decir que yo veía los partidos de Boca todos los domingos estuviera donde estuviera. Entre Boca y la Dictadura está lleno de cosas que tienen causas comunes a todos.

¿Haría alguna regionalización del interior distinta a la que puede trazar el imaginario porteño promedio?

Entendí ciertas cosas que no sabía sobre la regionalización, como en qué medida Córdoba es la capital del interior, lo cual allá es muy obvio, muy marcado, pero acá no lo sabemos en su verdadera medida. Aunque ahora Rosario la está pasando por arriba, y eso es muy fuerte para ellos, se arma una pelea muy complicada por ser la segunda ciudad del país.
Por otro lado, me parece que sobran provincias en Argentina. Hay demasiadas superestructuras político administrativas y mediáticas y económicas. Tenés una provincia, con su diario, su par de canales de tele, sus cinco radios, su parlamento y gobernador, sus dos docenas de influyentes que dominan los negocios, sus estructuras de servicios, y hacés ciento cincuenta kilómetros y tenés otra provincia donde se repite todo nuevamente, lo cual hace que se pierda mucha guita y, sobre todo, mucha energía. Frena mucho. Esa energía que se va en hacer funcionar esa maquinaria se podría usar en otras cosas. Encima tampoco es que el origen histórico de las provincias sea tan loable: la influencia de una ciudad, por lo tanto de un caudillo, un par de batallitas en el siglo 19, y se armaron los límites.

Un prejuicio sobre el interior dice que allí el tiempo pasa más lento, no sólo las horas, sino la evolución histórica. ¿Qué le pasa a ese prejuicio después de un viaje así?

Hay otro uso del tiempo. El tiempo personal no está tan enajenado. En Capital salís a las 8 y volvés a las 19, todo el día literalmente alienado. En cambio en el interior se corta al mediodía, se ven con la familia, descansan, y recién después vuelven a trabajar, lo que ya hace que el tiempo esté más sobre control personal. Además, como no se pierde tanto tiempo yendo y viniendo, hay más tiempo para todo.
Por otro lado, también da la impresión de que muchos de los cambios entran por Buenos Aires, y entonces tardan más en llegar a la mayoría de la gente del interior. Hay rasgos que a mí me parecen mucho más arcaicos, como por ejemplo algo que desconocía: en muchas provincias del NOA hay educación religiosa en escuelas públicas. Aquí, impensable. Muchos de ellos se jactan de ese arcaísmo, porque piensan que los pondría más cerca de las raíces y por lo tanto de la verdad.

¿Algo del menor anonimato genera también una mística de lo puro?

No, genera una picaresca de la dificultad de la trampa, en todos lados me contaban historias de lo complicado que es verse con una mina prohibida, cómo se van al pueblo de al lado o más lejos aún. Eso les da una sensación de presión bastante fuerte, se sienten –están- observados todo el tiempo. Muchos envidian la sensación de la gran ciudad de que nadie se entera de lo que hacés. Pero por otro lado les da cierta seguridad, de estar en un medio en el que existen, donde todos saben quién sos y vos sabés quiénes son todos. Me decía un juez salteño algo muy curioso: que los porteños son tan lanzados con las minas porque si se cruzan una por la calle saben que es la única oportunidad que van a tener, si no se la atracan de inmediato nunca más van a tener chance. En cambio ellos allá saben que si no la ven mañana la ven la semana siguiente seguro, entonces no hay apuro.

Por último, ¿Cómo evalúa las distintas vías de difusión de su trabajo, las distintas condiciones de comunicación?

Si yo tuviera un slogan que hacer circular y la televisión argentina no fuera lo que es, seguramente querría estar en televisión para que circulara. Pero no tengo ninguno, y la televisión argentina es lo que es: el mejor medio para difundir ideas simples, que muchas veces dejan de ser ideas. No hay espacios para pensar o discutir en serio. La radio me gusta mucho, me parece que sí ofrece más espacios para pensar un poco las cosas, pero para trabajar en radio seriamente hay que estar todos los días en el mismo lugar, y yo no quiero hacer eso. Así que lo que hago es escribir, y quiero cada vez más escribir libros. Estoy muy decepcionado de los medios gráficos argentinos, la gran mayoría son decididamente malos y no hay intención de mejorarlos, sus editores creen que tienen que ser malos porque piensan que sus lectores sólo quieren medios malos, y lo están logrando, es una perfecta profecía autocumplida. Están entrenando toda una generación de lectores a creer que leer es leer esa porquería, y va a ser muy difícil recuperarse.